Alberto Fernández será recordado por muchas cuestiones, pero, sobre todo, porque fue el presidente de un experimento fallido. Una definición central de la política es que el poder sólo juega con el “dueño/dueña” de los votos. Para entender este final, en el que el Presidente renuncia a ir por su reelección, hay que recordar que Cristina Fernández de Kirchner era en 2019 la depositaria del mayor apoyo popular. Sin embargo no parecía suficiente para ir por el sillón de Rivadavia por tercera vez. Así fue que CFK salió de la encerrona del famoso “techo bajo” de la adhesión electoral que generaba su eventual candidatura, proponiendo a un peronista de centro y dialoguista como candidato de la unidad del peronismo y sus aliados. Ese peronista, con pocos sufragios propios, era Alberto.
El primer paso de la jugada, que fue certificar en las urnas la derrota que implicaba el fracaso económico de la presidencia de Mauricio Macri, fue alcanzado con éxito. El problema sobrevino con el segundo paso, el que implicaba lidiar con la mesa de representantes del poder real. Lo que se denomina, vulgarmente, como “gobernar”.
Fernández siempre fue un eficaz “delegado”. Ese rol jugó para Néstor Kirchner durante su presidencia (2003-2007). Sin embargo, esta vez, Alberto se encontró con uno de los peores contextos de la historia reciente y no le fue bien. La herencia del gobierno de centro-derecha con una deuda externa condicionante; la pandemia de coronavirus; la guerra de Ucrania con el incremento de la inflación internacional y el costo de la energía; y este año, la sequía que padeció el campo argentino, que reducirá en 20 mil millones de dólares el volumen de exportaciones, expusieron algunas inconsistencias del oficialismo a la hora de gestionar y, finalmente, lo dejaron al Presidente sin territorio donde desarrollarse.
A ese paquete, se le sumaron los errores propios o “no forzados”, como aquella foto de la fiesta de cumpleaños de la primera dama, Fabiola Yáñez, en plena “cuarentena” por la pandemia. También “el fuego amigo” proveniente del kirchnerismo, que no le encontró la vuelta al estilo de gobierno del Presidente.
El ejercicio del poder sin poder resulta una fantasía, que tarde o temprano es descubierta. La experiencia de Alberto presidente muestra que no se pueden tomar atajos y que el poder no se transfiere ni se delega. Ese proceso irresuelto por imposible, es el que signó el fracaso del experimento.
La salida de Alberto del centro del escenario con un video de casi 8 minutos, en el que anuncia que no irá por su reelección, era previsible, como era esperable también que hiciera decir en “off” que pensaba ir por ella. Al fin, es un modo de estirar la idea de que el presidente puede preservar su poder o la mayor parte de él hasta el límite de su mandato. Los estadounidenses lo denominan como el fenómeno del “pato rengo” a este período.
La dificultad, en este caso, es la descripta antes. Para ejercer el poder hay que tener poder. Y el poder propio, es hijo del apoyo social. En el peronismo de las últimas dos décadas, ese título corresponde casi en exclusividad a Cristina Fernández de Kirchner. Sólo el astuto ministro de Economía, Sergio Massa, que hizo su propio camino por fuera del sistema kirchnerista pudo desarrollar musculatura propia para aspirar a cruzar la Plaza de Mayo hasta la Casa Rosada. Alberto, en estos cuatro años desde que fue ungido candidato y luego presidente, fue siempre un “delegado”. No pudo construir un espacio propio desde los simbólico ni conseguir la adhesión social necesaria para cumplir otro rol.
Por eso, que saliera de escena era una noticia que estaba al caer. El punto es porque lo hizo ahora y no algunas semanas más tarde. La respuesta hay que encontrarla en la urgencia del peronismo por alumbrar un candidato presidencial, que entrará a la cancha con un tornado en contra: La inflación, la pobreza, y las corridas contra el tipo de cambio, entre otras problemáticas.
El oficialismo nacional necesita intentar una reacción y evitar el crecimiento de las opciones opositoras. Para ello, como condición básica, debe tener un candidato definido que ocupe un lugar en la disputa. Lo que hizo Fernández fue correrse del camino, que tenía una sola mano e impedía circular a los únicos aspirantes con potencial dentro del PJ: CFK y Massa.
Daniel Scioli, el motonauta, se mantiene en carrera esperando las posibles defecciones de sus adversarios, pero sus posibilidades reales dependen hoy de un “milagro”.
CFK y Massa buscan, en principio, que no haya elección dentro del FdT. Son los que tienen los votos, poder de fuego y vínculos reales con el establishment como para encontrar una salida. Lo que está ocurriendo en estas horas es “darwinismo” político.
Dentro de los factores del contexto, el escenario previo mostraba que, en marzo, Fernández tenía una imagen positiva media de apenas 30% y una negativa de 66%. Si bien, en una eventual interna del Frente de Todos (FdT), Alberto aparece detrás de CFK y Massa, su volumen político y electoral, al igual que ocurrió con Macri, se desvanecía con cada vez mayor rapidez.
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Que un presidente renuncie a ir por su reelección, en términos históricos, implica que algo importante ha sucedido para impedirlo. Lo relevante, en este caso, es la grave situación económica, cuyo eje es la alta inflación (7,7% en marzo 2023), la inestabilidad del mercado, y el acuerdo con el FMI, que lastra cualquier proyecto político y económico con algún grado de autonomía y equidad. La inflación, como ocurrió en el final del mandato de Raúl Alfonsín, licúa el poder político y permite luego, un ajuste salvaje y cambios estructurales regresivos como los que instrumentaron Carlos Menem y Domingo Cavallo con la Convertibilidad.
Por último, que Alberto no esté en la grilla de candidatos no resuelve el futuro del gobierno, ni del peronismo. Los mismos problemas que lo sacaron del mapa político en este agitado 2023 siguen ahí.