El pedagogo y dibujante italiano, Francesco Tonucci, que llegó a la Argentina invitado por la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia (Senaf), dijo a Télam que las tareas escolares son “una tontería que sigue molestando a los alumnos” al no tener “ninguna utilidad pedagógica” y sostuvo que deben ser reemplazadas por el juego, que “está faltando en la vida de las niñas y los niños”.
Autor de numerosos libros que buscan promover el reconocimiento de niñas, niños y adolescentes como sujetos de derecho, Tonucci es el creador del reconocido proyecto “La Ciudad de las niñas y de los niños”, que se desarrolla en Italia, España, Portugal, Suiza, Francia y nueve países de América Latina, como Argentina y Brasil.
De paso por Buenos Aires, adonde llegó luego de una gira que comenzó en Brasil, Tonucci recibió a Télam en exclusiva para dialogar sobre el derecho al juego y cómo impactó la pandemia de coronavirus en la educación.
Cuando comenzó la pandemia de coronavirus usted dijo que quedó al descubierto que la escuela no funcionaba y que era una oportunidad para transformarla. ¿Considera que se aprovechó esa oportunidad?
No. Y la respuesta es a nivel mundial. Cuando empezó este desastre todo el mundo decía “después nunca será como antes”. Ahora, lo que escucho es que todos con orgullo dicen “volvemos a lo de antes”. Mi diagnóstico es duro, la escuela no aprovechó esta situación. Al contrario, se encerró en sí misma. Y siguió como si no hubiera pasado nada. Esto es lo que me sorprende. Hay un número de alumnos importante en todos los países que no quieren la escuela, que se aburren. Jerome Bruner, un gran psicólogo estadounidense, decía que, si los niños se aburren, es un problema muy grave del cual hay que salir a toda costa.
¿Qué otros problemas manifiestan las niñas y niños que considera urgentes resolver?
Tenemos niños que se enferman en la escuela y de la escuela. Tienen fiebre, mal de barriga, mal de cabeza, trastornos de atención. Son enfermedades por las cuales los niños son curados con un bombardeo farmacológico. Cualquier situación donde hay un porcentaje importante de personas que se enferman, uno lo primero que piensa es “tendrá algo que ver con el lugar donde la gente se enferma”. Y esto ocurre también con los adultos; en Italia la enseñanza es una de las profesiones con más enfermedades. ¿Cómo es posible que personas que trabajan con niñas y niños se enfermen? El diagnóstico que yo hago es muy simple: se equivocan. Hacen una escuela que no es útil ni para los alumnos ni para los docentes, y menos que todo para nuestra sociedad.
¿Cuáles son las principales falencias de la escuela hoy?
Desde hace 34 años tenemos un tratado internacional, la Convención sobre los Derechos del Niño. En específico, dice que la educación tiene como objetivo el desarrollo de la personalidad del niño, de sus actitudes y capacidades hasta el máximo de sus posibilidades. Y no a nivel de la suficiencia para pasar de año. Esta ley asume un valor jurídico muy alto en todos los países que la ratificaron. Con lo cual, la escuela que yo he hecho de niño, la que han hecho mis hijos y la que han hecho mis nietos hoy es una escuela ilegal porque es una escuela que, al contrario de lo que dice la ley, proponía muchas disciplinas pidiendo lo mínimo. Era una propuesta mediocre. La propuesta que hace la ley es una educación de excelencia: cada uno debe ser el mejor en lo suyo. Y no todos nacieron para ser literatos y matemáticos como parece en la imaginación colectiva de qué es la escuela. Si uno es un bailarín o una bailarina con una vocación fuerte debe poder seguir en la escuela hasta el final por su baile. Con esto no digo que la matemática no sea importante, digo simplemente que también el baile es importante.
¿Qué estrategias se pueden implementar para mejorar la educación?
Hay países que funcionan mejor y que cuando se hacen pruebas internacionales están en los primeros niveles. Hacen una escuela donde no hay tareas, por ejemplo. Las tareas son una tontería que sigue molestando a los alumnos. Esto en la pandemia siguió y no tiene sentido porque no tiene ninguna utilidad pedagógica, solo molesta.
¿La tarea debería ser reemplazada por otra actividad?
Por el juego, que está faltando en la vida de los niños. El artículo 31 de la Convención dice una cosa muy clara: los niños tienen derecho al tiempo libre y al juego. No se puede jugar sin tener tiempo libre de las tareas, de las actividades de la tarde como cursos de deportes. No digo que hacer estas actividades sea inútil, pero lo esencial garantizado por la Convención es el juego. Y jugar significa salir. Por esto, me parece muy interesante nuestra propuesta de “La Ciudad de las Niñas y los Niños” y el programa que estamos desarrollando junto a Senaf que se llama “Salir a Jugar”. Implica salir sin adultos porque vigilados no se juega. El juego siempre tiene que tener una parte de riesgo que significa una parte de confianza.
¿A través de qué elementos se pueden adaptar las ciudades para que los niños puedan salir a jugar y los padres no piensen que es peligroso?
Aquí hay muchas respuestas para dar. Una es si es verdad que es tan peligroso como la gente piensa, yo creo que no. Los datos que tenemos nos dicen que las ciudades de hoy no son más peligrosas que las ciudades donde vivieron y pudieron aprovechar de la calle los padres que hoy no permiten a sus hijos salir de casa.
El tema complicado a resolver es que mientras baja el peligro, aumenta el miedo y puede llegar a ser una parálisis. Efectivamente, hoy la familia tiene miedo y no deja salir una hijo o un hijo. Normalmente, se espera a que lleguen a los 12 o 13 años y ya es muy tarde porque pasan de la total dependencia a la total autonomía y no son formados para hacerlo. Nosotros proponemos, por ejemplo, que vayan a la escuela con sus amigos y sin adultos desde los 6 años con niños de distintas edades. No ocurre nada. Tenemos experiencias de autonomía desde hace 30 años en ciudades muy diferentes. Hasta tuvimos en municipios del Gran Buenos Aires, como en Almirante Brown que funcionó perfectamente.
¿Cuál es el objetivo de estas experiencias?
Es que aprendan, no tanto los niños, sino los padres, que sus hijos son capaces, responsables y que pueden salir de casa, encontrarse con los amigos y vivir el juego. Yo recomiendo esto porque estamos privándonos, los adultos, de una experiencia fundamental que es decir a un niño o una niña de 6, 7 u 8 años: “Te quiero tanto que puedes salir a jugar con tus amigos. Recuérdate las normas que te hemos dado”. Después, los niños tienen todas sus capacidades de respetar las normas o forzarlas pagando el coste. Es todo un juego muy delicado y que tiene mucho que ver con crecer y forma parte del aprendizaje de la vida.
> Con información de TÉLAM.