Una voz distante se escucha del otro lado del teléfono. Unos ladridos de fondo acompañan el saludo apresurado de Rubén Magnano, que en ese momento está concentrado en sus plantas. El ex entrenador de la Selección argentina y actual Director deportivo de Selecciones de Uruguay, explica que en estos tiempos de cuarentena, el tiempo no es algo que le sobre, y con 65 años, deja en claro que siempre trabaja en algo para hacer.
Motivado por el nacimiento de su primer nieto Bruno, Magnano aprovecha cuando no está en las incontables reuniones de trabajo, para experimentar el oficio de carpintero y “hacerle una especie de respaldar a la cuna de mi nieto”, además de dedicarse a su nueva huerta, cuidar el césped y “acomodar los papeles que durante años uno tiene desacomodados”.
Antes de pasar al básquet, confiesa su alivio de que la nota no sea por videollamada: “Este modo de pantallas, no es que a mi me guste mucho, así que le escapo un poco porque no me siento cómodo”. Luego de la aclaración, es momento de charlar sobre sus ganas o no de volver a la selección nacional, el valor de los clubes y su presente incierto, como también su nuevo rol fuera de las canchas.
SELECCIÓN ARGENTINA
Magnano dirigió la Selección argentina que conquistó la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 y el subcampeonato mundial en Indianápolis 2002, y es uno de los arquitectos de esa Generación Dorada. Sin embargo, luego de finalizar ese ciclo con la obtención de la medalla en Atenas, nunca más le llegó un ofrecimiento en los siguientes 15 años, para retomar el mando de la selección nacional.
El contrato de Sergio Hernández acaba en enero del próximo año, y su presencia a cargo de la selección en los Juegos Olímpicos de Tokio 2021 sigue siendo una incógnita. ¿Le gustaría iniciar un nuevo ciclo en la selección?
Como decirlo, mientras estén las energías, nunca digas nunca. Es lógico, que es extremadamente evaluable si llega una propuesta de selección, evaluable el hecho de tomar o no. El derecho de admisión que uno tiene en la vida indudablemente tiene que ver con las decisiones que uno va tomando. Hoy tengo la cabeza metida en Uruguay, ni por asomo se me cruza el tema de la selección nacional, porque estamos en excelentísimas manos. Ó sea que con toda la tranquilidad del mundo, si llega la posibilidad que vuelva a dirigir, se evaluará.
El día que Argentina le ganó a Serbia en el Mundial de China, usted afirmó que “se terminó de plasmar que la selección es más que la “Generación Dorada”, y que algunos se encargaron que ese legado siga vigente”. Imaginemos que hoy usted tiene la posibilidad de estar al mando del equipo, ¿qué haría para mantener vigente ese legado?
(Piensa) Básicamente, no olvidarse. Capaz que esto no es de copiar y pegar, porque los tiempos cambian, pero no olvidarse cuales fueron los elementos que permitieron recorrer el camino. Hay una cantidad de elementos y de variables, pero lo que hace a la persona, en este caso lo que haría yo, es tener presente con todos los aprendizajes que implican los nuevos tiempos, porque no todo es lo mismo, que hay un común denominador que trataría de mantener.
¿Cómo sería ese común denominador?
Pasa mucho por tu idea de la conducción, cuales son las normas que repetiría y cuales no. Cuáles son los objetivos inmediatos y mediatos, porque eso también es muy importante. Hay valores que te diría que son innegociables: el espíritu de trabajo y el esfuerzo. Porque eso te va permitiendo delinear la posibilidad del éxito del futuro.
¿Cómo lleva el hecho de no ser entrenador y ser un director de selecciones?
Es todo un desafío y un descubrimiento. No es sencillo sacarse el buzo y ponerse el traje (risas). Indudablemente tengo que aprender, sobre todo, a manejar las emociones. Soy extremadamente coherente, pero uno tiene que aprender a vivir en este rol, que no es sencillo porque hasta hace poquito era yo el que decidía que jugador jugaba y cual no. Ahora ya no. Es una empresa para mi bastante curiosa, extremadamente desafiante y a esta altura de mi vida, hasta te diría bastante coherente.
EL CLUB DE BARRIO
“En el club se cobija, se recibe, se acompaña, se contienen los sentimientos, la formación de una persona. Hay un hecho bastante curioso que sucede en el club: es un receptor de confianza por parte de la comunidad, llámense padres, personas que dejan a sus niños, colegios que van a utilizar sus instalaciones. Es un elemento bastante interesante de analizar, porque son lugares que, queriendo o no, crean una identidad a la comunidad cercana, porque de alguna u otra manera se ven ligadas al club. Crea una sensación de compromiso hacia la institución, y creo que el compromiso también se educa”, reflexiona Magnano, con su claridad de docente.
Con esta crisis económica provocada por la pandemia del coronavirus, ¿piensa que muchos clubes pueden desaparecer?
Los clubes no van a desaparecer, los clubes van a seguir existiendo. Nadie va a permitir que eso suceda. Porque el club cumple un rol hoy, que dejó de ser un lugar de contención, te diría que es un lugar de educación, a la par de una escuela. Al club, un poco, lo asocio a la familia: está la escuela y está la familia, y dentro del contexto familiar esta muy presente -en aquellas personas que tienen alguna cercanía con el club- la institución. Dentro del barrio, hoy o mañana o de acá seis meses o cinco años, por un hijo, por un sobrino, por un nieto, te llegas al club y participas en él. Eso realmente es un potencial que tenemos en nuestro país, que es invalorable. Nuestro deporte está supeditado, está apuntalado por ese trabajo que por momentos te diría que es invisible.
¿Qué recomendación le hace a los dirigentes de los clubes de barrio en una crisis como esta?
Realmente es darle herramientas, es extremadamente difícil esto. Creo que el Estado tiene que estar acá muy presente, en el sustento, en el apoyo a las instituciones. Es sumamente importante. Mi mensaje al dirigente es no claudicar, yo siempre comento en mis charlas, que, en estas épocas de velocidades, el ingenio y la creatividad deben ser elementos importantísimos. No caer en la desesperanza, ser muy coherentes en nuestras acciones, que no se dejen golpear por la adversidad, que eso no te quite la mirada donde vos tenes el foco, a donde vos querés llegar. Llegaremos un poquito más tarde por todo lo que está pasando, pero no importa.
El refrán lo dice: “Sin prisas, pero sin pausas”. Entonces no claudicar porque siempre con el mero hecho de abrir las puertas del club ya hay una inversión importante en información, en educación, en contención y eso hay que valorizarlo, porque sino no lo sabemos. Es un rol invisible, sin luces, sin notas, sin vidrieras, pero es una pata vital. Ya llegaran tiempos de alivios, seguramente.
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