El ultraliberal José Luis Espert y el trostkista Nicolás Del Caño fueron los que dominaron los escenarios gestual y audiovisual. Los debates electorales se definen, entre contendientes similares, por cómo se mueven frente a las cámaras y del modo en que comunican sus gestos faciales o corporales. Ni Espert, ni Del Caño llegaron aquí con chances de ganar la elección. Por eso, ese panórama no se modifica. Tampoco había demasiado lugar para modificar las tendencias electorales existentes dado el momento en que se realiza el debabte, que es cuando ya se formó tendencia. Pero fueron los dominadores del segundo cruce de candidatos presidenciales.
Al ingresar mostraron dos aciertos en sus atuendos: Espert, la corbata roja. Se veía desde cualquier plano frente a los tonos azulados del resto. Del Caño, al usar una camisa azul, que contrastaba con la tonalidad de su saco gris-celeste, y no sólo llamaba la atención, sino que, frente al que no lo conocía, le daba la apariencia de un candidato como el resto, no la de un hombre de la izquierda política.
Inmediatamente se vieron dos agregados: el liberal, evidenció una brillante manejo de cámaras, con pausas precisas para destacar su discurso, movimientos armónicos con sus palabras, y enfasis gestuales (faciales y de manos) acordes a sus propuestas. Simple, sin rebusques, construyendo un personaje de candidato liberal sin miedo ni ataduras y distinto al establishment. El izquierdista, por su lado, mostró energía no explosiva, juventud, manejo de los tiempos, y aplomo -un valor no juvenil-. Ocupó el centro del escenario disparando contra Fernández y contra Macri. Lo hizo siendo claro y pedagógico frente a lo que criticaba. Su discurso fue macro y fue micro, algo que a la izquierda le cuesta desarrollar en escenarios como este.
Sus planteos fueron también acordes a lo que representan, ninguno dejó de lado su esencia, pero seguramente llamaron la atención porque tuvieron en cámaras un desempeño con más luz que los dos principales adversarios del comicio.