Después de la Primera Guerra Mundial, Alemania vivió una década en un infierno social y económico. Era la República de Weimar. Los marcos alemanes servían para empapelar las paredes, hiperinflación, hambre, corrupción y desesperanza. Las brutales indemnizaciones de guerra impuestas por el Tratado de Versalles hacían que todos los recursos alemanes, agrícolas, ganaderos y en especial los minerales de la cuenca del carbón, en un 90%, solo tenían un destino: Pagar indemnizaciones de guerra.
En ese contexto histórico de la Alemania del Siglo XX aparece una fuerte voz que expresa la indignación social, el “voto bronca”. Esa voz levanta la autoestima del pueblo alemán y frena la sangría económica de las brutales reparaciones de guerra.
Ese “outsider” alemán que se oponía con toda razón a la casta política de la República de Weimar, era Adolf Hitler. En ese mismo momento histórico y del otro lado ideológico aparecía otro mesianismo, el Stalin en la Rusia soviética.
Los mesianismos siempre son herederos de los fracasos de las castas políticas tradicionales. Tienen la virtud y la habilidad de saber expresar las humillaciones sociales y denunciar la corrupción de las clases dominantes. Y reciben el voto popular, pero inevitablemente, cuando gobiernan, fracasan y lo hacen con sangre.
Este ejemplo histórico es inevitable recordarlo como si fuera un espejo retrovisor que nos advierte lo que paso hace 90 años.
Pero el miedo al pasado no significa que tengamos que silenciar la realidad. La crisis argentina es una crisis de decadencia económica, cultural, moral y judicial. Somos una sociedad traicionada, ofendida y humillada por igual por gobiernos de supuesta izquierda progresista y de derechas neoliberales. El “problema argentino” no es ideológico, ni monetario. Es un mismo sistema de construcción de poder impregnado de corrupción el que ha fracasado.
Y ahora aparece Milei y nos propone enterrar a la casta política y colocarnos bajo la protección de Estados Unidos y de Israel.
Tres parecen ser sus propuestas principales: Dolarizar la economía, cárcel para la oposición, y supresión de ministerios. Bastante elementales.
El 12,5% del PBI argentino es el gasto estatal que va desde lápices hasta helicópteros. Y la mayoría de ese gasto se hace por concesiones privadas de obras y servicios. Los sobreprecios, los sobornos, el enriquecimiento ilícito y el lavado de activos, se encuentra en las concesiones de obras y servicios públicos. Milei nada nos dice tampoco de la Justicia. Gran responsable de la crisis por la impunidad que concede y garantiza a los delitos del poder político, económico y sindical. La falsa tesis de la “Tercera Instancia” avalada por la burocracia jurídica del garantismo argentino, es lo peor. Solo en Argentina sucede que para tener una sentencia firme y de cumplimiento efectivo sea necesaria una sentencia de la Corte Suprema. Ello trae como resultado que los procesos judiciales por delitos del poder duran 14 años y terminan en sobreseimientos por prescripción. Y los bienes robados por la Corrupción nunca son devueltos al Estado.
Milei se olvida también que la política es un accionista minoritario en la fiesta de la corrupción. El poder económico y el poder sindical son los accionistas mayoritarios. Allí está el huevo de la serpiente.
Pero el discurso de Milei es bueno, útil y sirve a los argentinos para despertar reacciones sociales dormidas y domesticadas. Somos una sociedad que avala y tolera vicios horribles como son la corrupción y la prepotencia en el ejercicio del poder. Aval social que en casos pretende justificarse con la lucha contra el neoliberalismo. Nos dicen con hipocrecia apabullante que esa lucha se debe financiar con la corrupción. O “el roba, pero hace”.
Milei funciona en la sociedad argentina como un despertador. Ha logrado decir en voz alta y clara aquello que está silenciado y cancelado, pero hasta allí llega.
Otra cosa muy diferente es darle el gobierno de un país democrático y que, a pesar de todo, quiere un orden social basado en la Ley.
A su vez, descartado el kirchnerismo residual de Sergio Massa como opción de cambio por la obvia razón de que el kirchnerismo no puede cambiar, queda muy poco margen.
Este es el debate argentino de hoy. Como lograr cambios estructurales de un sistema de poder impregnado de corrupción y con fuerte aval social silencioso, sin caer en el vacío violento de gobiernos mesiánicos. Porque debe entenderse bien y claro. No hay ninguna posibilidad de que tengan éxito programas económicos o monetarios de dolarización o de ajustes brutales o medianos en una sociedad con un 82 % desconfianza en la Justicia. No se puede recuperar confianza en la moneda argentina si no se recupera confianza en la Justicia Argentina y en la Ley.
* Juan Carlos Vega es abogado. UC Córdoba y UC Lovaina.
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