Los analistas toman una hoja de papel y dibujan dos círculos para definir el escenario del laboratorio cordobés. En el círculo más grande, con dos terceras partes del total, se encuentran José Manuel De la Sota y Mauricio Macri, sin importar en este último caso quién sea el candidato local. Uno de esos dos actores políticos debería ser el vencedor en las elecciones legislativas de octubre de 2017. Todas las encuestas que se conocen hasta el momento y a siete meses del Día D indican que Unión por Córdoba, con De la Sota o el vicegobernador, Martín Llaryora, llegaría primero. ¿Por qué el macrismo que se quedó con la segunda vuelta de las elecciones presidencial de 2015 no volvería a triunfar aquí? Porque en esa oportunidad hubo voto prestado, es decir “Anti-K” y “Anti-Cristina”. Ése escenario, en un comicio legislativo de medio término, desaparece y la sociedad participa de otro modo. El segundo factor es que si bien el presidente conserva una alta adhesión a su gestión (alrededor de la mitad de los cordobeses), ya todos vieron sus límites.
Para el círculo más pequeño (con poco más de un tercio de las potenciales voluntades) se anotan tres espacios: el Movimiento ADN del periodista Tomás Méndez; el Frente de Izquierda (Liliana Olivero cosecha un fuerte caudal de adhesiones, sobre todo, en la capital cordobesa) y el kirchnerismo con el FPV. Hacía estos tres sectores se dirigen los que no acuerdan con las políticas del gobierno nacional. Nada indica que alguno de ellos pueda perforar el techo del 20 por ciento, sin embargo, hoy, los tres podrían conseguir diputados nacionales.
La primer fotografía pre-electoral revela un escenario complejo y volátil porque está sostenido en las dificultades de la gestión económica del gobierno. Tanto De la Sota como las tres referencias “por izquierda” de Cambiemos tienen en este punto una columna para sostenerse como opción. EL PJ cordobés agrega una variante: se propone como una alternativa moderada, que entronca con la visión global de los cordobeses. Visto así, en el contexto de una elección legislativa (se multiplican las posibilidades de voto) y sin un factor polarizador definido, el gobierno nacional aparece con un territorio complejo en Córdoba. Las afirmaciones del presidente de “No hay plan B para la economía” o “perder las elecciones sería un fracaso” y el cerco judicial sobre la ex-presidenta, van en la dirección de poner a la gobernabilidad y la corrupción como elementos discursivos determinantes. Sería una variante del relato de las elecciones de finales de 2015.
Aunque la gran incógnita es el “humor social” de los cordobeses. En ese componente sociológico puede estar una de las llaves de la elección aquí y también en su posible impacto en el mapa nacional. Si lo social prevalece, es probable que el segundo círculo se amplíe. Si lo social tiene menos relevancia, tenderá a agrandarse el círculo mayor (el de UPC y el macrismo).
Otro factor que toma cuerpo es la existencia de un porcentaje elevado de disconformidad con el sistema político. Dentro de ese esquema, los candidatos percibidos como del “establishment” o “intra-sistema” tendrían menos posibilidades electorales. Este caudal puede alimentar a fuerzas o potenciales candidatos que representan mejor ese interés como los del Movimiento ADN, Liliana Olivero (izquierda) o el ex rector de la Universidad Nacional de Córdoba, Francisco Tamarit (kirchnerismo).
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