(Por Máximo Brizuela *). Ser dirigente gremial es una responsabilidad suprema que por vocación y sentido de servicio adoptan muchos trabajadores y trabajadoras. Conducir, implica tomar decisiones y acciones en beneficios a los afiliados a la organización gremial; respetando las estructuras orgánicas, las decisiones, opiniones y sugerencias que puedan nacer desde las bases.

Nuestra organización gremial lleva el lema “El Regional Somos Todos”, y es el conjunto de trabajadores y trabajadoras, con distintos grados de responsabilidad, los que gestionamos nuestro destino y el porvenir.
Existen las disidencias y es parte de la democracia, acercar posturas puede ser una tarea difícil pero casi una obligación que tenemos para contribuir a la armonía de la organización, teniendo en cuenta que la institución está por sobre cualquier interés o postura personal de un dirigente.

También quienes somos dirigentes estamos en el ojo de la tormenta y nos sometemos a críticas constantes de nuestros pares y compañeros, como así actos de gratitud por la terea realizada. Las críticas siempre son bienvenidas si tienen un carácter constructivo, aunque bien sabemos que a veces se descalifica por el mero hecho de cumplir nuestro rol con responsabilidad y no quedarnos en las posturas cómodas de quejas e inacción que no le cambian la realidad a nadie, ni cuidan el trabajo del compañero y compañera.
Sentarse en una mesa para ser custodios de nuestros derechos, no es entregar nada, por el contrario, es la posibilidad de estar anticipadamente a cualquier maniobra o intento de perjuicio. Es tener voz en los espacios de decisión para advertir, acordar u oponernos a la toma de decisiones de la patronal.
Confrontar sin negociar previamente es descartar de antemano una posibilidad previa que puede evitar el camino del conflicto; que siempre debe ser la última de las alternativas.
Conducir, gestionar y militar es una tarea que implica experiencia, escucha e inteligencia para desarrollar la mejor estrategia frente a un conflicto. Es muy reduccionista creer que la tarea gremial es meramente enarbolar quejas, hacer ruido, levantar banderas o pronunciar frases que por sí solas no conducen más a ensalzar una imagen personalista que lejos está de alcanzar o perseguir el bien común.
Crear relatos y arrogarse la voz de un pueblo no es nada democrático y puede conducir a una realidad disociada que nos alejan de nuestros objetivos que es cuidar los derechos de las y los trabajadores.
Las gestiones que se pierden son las que no se hacen. Las que nos negamos a hacer por el orgullo personal, olvidándonos de la responsabilidad que tenemos como dirigentes.
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