(Por Alberto Martínez del Pezzo y Omar Ruiz *). Luego de la Segunda Guerra Mundial los vencedores reconstruyeron el mundo de posguerra mediante regímenes internacionales para tratar de evitar que vuelva a ocurrir una nueva calamidad de tal envergadura, pero principalmente, en la realpolitik, la Unión Soviética y los Estados Unidos consolidaron un mundo bipolar, bajo el paraguas de las nuevas reglas que impuso el invento más destructivo que generó la humanidad: la bomba atómica. Frente a este nivel de destrucción, las potencias no fueron ingenuas, y trataron de conducir la conflictividad a través de instituciones internacionales, para evitar la Destrucción Mutua Asegurada (o MAD en inglés).
Este nuevo régimen internacional fue la herramienta principal para consolidar la hegemonía estadounidense a nivel mundial, que se erigió en múltiples áreas, como en la economía con el dólar como moneda de reserva mundial, el Fondo Monetario Internacional como árbitro de las finanzas mundiales, la Organización Mundial de Comercio, como árbitro de las relaciones comerciales internacionales; o en lo político, las Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad como mesa chica del poder mundial donde el Reino Unido, Francia, Estados Unidos, la Unión Soviética y China, (que ostentan hasta el día de hoy), como miembros permanentes; también, se constituyó la Comunidad Europea, que luego se transformaría en la Unión Europea, pero principalmente en este terreno, se gestó la Organización del Atlántico Norte (OTAN), que es el brazo armado de occidente con Washington y Bruselas a la cabeza.
Este mundo bipolar funcionó relativamente estable hasta la Caída del Muro de Berlín en 1989, que declaró a los Estados Unidos como única superpotencia, y que durante más de una década, este régimen internacional, continuó rigiendo las relaciones internacionales, hasta los inicios del siglo XXI, que con hechos como el ataque a las torres gemelas, inició un ciclo de acciones militares unilaterales con la invasión a Irak y Afganistán, que mostraron algo que ya se venía dando desde antes, el desgaste de la ONU para dirimir conflictos, y en lo económico la crisis del 2008 con el estallido de la burbuja de las hipotecas, como síntoma de una economía fatigada de las principales economías del mundo, como las del G7, que mostraban un magro crecimiento de entre el 1% al 3% o 4%.
Frente a este panorama en Asia venía ocurriendo otro fenómeno opuesto, el caso del acelerado crecimiento chino, que logró un milagro de la humanidad, al quitar a centenares de millones de personas de la pobreza en tan solo media centuria. El dinamismo del gigante asiático en relación a la fuerza de producción contrasta, como “taller del mundo”, frente a un occidente inmerso en la economía financiera que licua riqueza cada vez que explota una de sus burbujas. De esta manera la conducción del PCCh elaboró y llevó a cabo el plan más ambicioso en relación a los objetivos y planificación en el tiempo: Llevar a China a lo más alto en solo un siglo (1949-2049).
A la pujanza china se le sumó la de Rusia, India, y Brasil, que comenzaron a tejer intereses mutuos en torno a un reclamo conjunto: comenzar a modificar el viejo orden de posguerra que no reflejaba, según ellos, el nuevo balance de poder en el mundo, es decir, la necesidad de un mundo multipolar con sus respectivos cambios como la cantidad de miembros del Consejo de Seguridad. De allí se constituyeron en lo que la prensa especializada denominó como BRIC, que luego de sumar a Sudáfrica como miembro, quedaron firmes como BRICS. Esta organización además de reclamar por un nuevo orden mundial, también rechaza el colonialismo europeo de los siglos pasados, que tiene a las Islas Malvinas como uno de sus exponentes, y apoya a lo que se denominó como “Sur Global”, como contracara de un norte concentrado económicamente pero decadente.
Todo lo dicho hasta acá muestra las complejidades del mundo actual, de un viejo orden que no termina de caer, y de uno nuevo que no se termina de armar, y es en este contexto internacional donde está inmersa la Argentina, que en agosto de 2023 logró ser admitido como miembro de los BRICS inaugurando de esta manera lo que es BRICS+. Este paso, de gran trascendencia permitiría a nuestro país ser parte de la construcción de un mundo multipolar, integrar el nuevo eje económico del mundo (Asia) y mejorar nuestro comercio con un conjunto de países que representan el 22% de la superficie continental, el 42% de la población mundial, el 24% del PBI mundial y que contribuyen con el 16% de las exportaciones y el 15% de las importaciones mundiales de bienes y servicios. Además, la participación en el Nuevo Banco de Desarrollo (NDB), con la posibilidad de acceder a créditos baratos para inversión en infraestructura y una posición de fuerza para futuras negociaciones con los organismos financieros occidentales.
A partir de este primero de enero, deberíamos ser miembros plenos de los BRICS+, lamentablemente, el recién asumido presidente Javier Milei, acaba de declinar la invitación y nos aísla como país de más de la mitad del mundo, todo por prejuicios que muestran una curiosa rigidez ideológica, basada en un fundamentalismo político cerrado a reconocer a este nuevo proceso internacional y que ya le costó a la Argentina, que China suspendiera ¿temporalmente? una herramienta bilateral muy importante como es el “swap”, que le aportó a nuestro país fondos frescos en una coyuntura de endeudamiento que mellaba su política soberana.
El mundo actual, que como caracterizamos al comienzo, se rige por la fuerza de la reacción en cadena de los átomos, en un clima donde los sables nucleares están sonando nuevamente, con la Guerra de Ucrania, el conflicto de Taiwán, la ofensiva israelí frente al ataque de Hamas con riesgo de llevar a toda la región a un enfrentamiento armado, exigen una política exterior profesional, no improvisada, y aún menos, con dogmatismo morales, que ponen en peligro el futuro a largo plazo de la Argentina, al rechazar la membresía al grupo de países que cuenta con los recursos suficientes para reformar el sistema internacional, como han caracterizado los documentos de doctrina de seguridad de Washington.
El actual alineamiento automático a los Estados Unidos e Israel, semejante al que hizo la elite argentina a finales del siglo XIX y comienzos del XX, que terminó con la total subordinación de la economía argentina a la británica, que generó durante décadas un colapso internacional de nuestro país, luego de la primera Guerra Mundial, y la Crisis del 29, que desembocó en la denominada Década Infame primero, y las políticas de relaciones carnales con EE.UU. que se vivieron durante la década del 90, hacen necesario reflexionar sobre una misma conducta con las mismas consecuencias, de llevar a nuestro país a un nuevo ciclo de políticas pendulares, que lo transforme en un paria internacional, desprestigiado por sus conductas irresponsables, que conduzcan a nuestro país a ser solo codiciado por la explotación de sus recursos naturales, en un mundo con profundos conflictos geopolíticos que todavía no se terminan de dimensionar.
* Alberto Martínez del Pezzo es magister en RR.II. Universidad Nacional de Chilecito (UNCh). Omar Ruiz es magister en RR.II. Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Corriente Nacional de la Militancia.
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