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Análisis

Las fake news, la posverdad y las redes aumentan los riesgos de la pandemia de coronavirus

El director General de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus.

El director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebrevesus, le ha dado vida a un nuevo término: infodemia. Se refiere a información falsa sobre temas médicos o de salud. Una especie de epidemia de información tóxica y contradictoria. A tal punto que asegura que la evolución de la pandemia del coronavirus dependerá en buena medida de que se haga llegar la información correcta a la gente que la necesita.

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Un ejemplo de los efectos de la “infodemia” fueron las declaraciones del presidente argentino Alberto Fernández durante la jornada de ayer: “La Organización Mundial de la Salud, entre otras cosas, recomienda que uno tome muchas bebidas calientes porque el calor mata el virus”. La verdad es que la OMS no hizo una afirmación o recomendación de ese tipo.

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De este modo, una fake news como esa, una mentira, puede reemplazar o ponerse en el lugar de la información correcta para enfrentar la pandemia en curso, que ya ha causado más de 4.700 muertos en todo el planeta y casi 130 mil contagios desde que apareció en diciembre último en Wuhan, China.

Fake news y virus tienen, además, algo en común: se contagian y dispersan con muchísima facilidad. Sin embargo, ambas amenazas pueden ser acotadas.

El presidente Alberto Fernández. (Foto: Imagen de TV).

Una fake news es una noticia falsa, pero verosímil. Es decir, en su composición existen elementos que la vuelven creíble. Requiere de otra condición: la presunción del público de que algo así puede ocurrir. Ese combo se vuelve inatajable una vez que encuentra masa crítica, esto es, cantidad de lectores u observadores de los posteos, audios, videos o memes.

No habría fake news de semejante incidencia sin las redes sociales, que son las venas por donde corre este sistema de comunicación. Las redes teóricamente horizontalizan la comunicación, esto es, permiten que cualquiera emita su opinión, pero más allá de ese potencial, prevalecen aquellos que tienen dimensión suficiente o dinero en cantidades dentro de ese sistema. Así, la voz de los ciudadanos queda sepultada debajo de la catarata de voces “calificadas” y “poderosas”. Dentro de ese ecosistema, los mensajes falsos, son impulsados por intereses concretos, de partidos políticos, de figuras políticas, de grupos de presión o de corporaciones, entre otros. Para agrandarlos están los “trolls” y toda una saga de robots que actúan en sintonía con las cuentas emisoras.

Dos de las diferencias entre el viejo rumor y una fake news, son la velocidad con la que se desplaza y la mejora en la eficacia para convertirse en un mensaje desestabilizante. En el pasado, un rumor tenía pocas posibilidades de superar las barreras de criticidad y debate social. Ahora, la velocidad de producción y desplazamiento y la cantidad de información permiten ocultar estos virus informativos a los anticuerpos sociales, instalándose, muchas veces, con un poder destructor.

Por lo tanto, el matrimonio redes sociales – fake news es indisoluble. No hay aún robot, ni inteligencia artificial que pueda descubrir la diferencia entre hecho verdadero y hecho verosímil. Y si lo hubiera, destruiría un “negocio” estructurante de la globalización, que pasa por desarticular la capacidad de resistencia de los Estados nacionales frente a la globalización financiera. Las fake news cumplen el rol o la tarea de derrumbar los cimientos culturales y de acuerdos básicos de sentido y pertenencia que sostienen a los sistemas de poder locales, nacionales y regionales como espacios cerrados o semi cerrados. Del derrumbe de estos ecosistemas sólo emergen actores globales, que conforman otro ecosistema mayor, todavía no impuesto en plenitud sobre los anteriores.

El tercer integrante de este particular matrimonio de redes sociales y fake news, es la posverdad.

Por posverdad se entiende a la “distorsión deliberada de una realidad determinada”, donde el lado objetivo de los hechos posee menor incidencia e influencia que el costado emocional y de las creencias personales. La posverdad es el arma determinante; las fake news son los sicarios que las usan; y las redes sociales, los calles donde se desarrolla la cacería.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, un actor global clave en la distorsión de hechos y realidades.

Los medios de comunicación son una de las víctimas de este matrimonio de tres, dado que están puestos en la disyuntiva de utilizar la misma filosofía de la posverdad o dejar de ser un actor central del nuevo esquema de producción de sentido y disputa cultural. La verdad y los hechos, dos de los insumos básicos del periodismo y los medios, ya no son los únicos alimentos sociales y culturales de relevancia.

Tedros, por lo tanto, tiene una parte de razón: hay una puja entre información y desinformación a partir de la crisis sanitaria desatada por el coronavirus. Y es contundente, al decir que información tóxica o mentirosa, puede complicar una solución a esta pandemia. Lo que se equivoca el director General de la OMS, es en pensar que esto es sólo una acción de “francotiradores”. Es algo mayor.

Por eso, si alguien cree que los integrantes del selecto nuevo establishment digital y financiero mundial van a hundir a las eficaces fake news, está equivocado. El único modo de derrotarlas es pujar por la atención de la sociedad con noticias verdaderas y con buen periodismo. Hacen falta aliados para esa disputa contra los nuevos gigantes de la tecnología y las finanzas, a la vez dueños del poder y la nueva economía.

Podría afirmarse, que si las fakenews son parte del poder y la cultura dominante; el papel de las noticias, el periodismo y los medios, deberá ser el de convertirse en una contracultura que desafíe a ese poder profundamente autoritario y desigual.

VER Las medidas de protección básicas contra el coronavirus que recomienda la OMS.

VER Mentiras y verdades sobre el coronavirus.

VER “Hay que estar atentos frente a la proliferación de noticias truchas de ciencia”.

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