La “vieja” y la “nueva” política se conectan a través del dedo. En todas las listas que se conformaron para las PASO del 13 de agosto primó la opinión de los jefes políticos por encima de la posibilidad de abrir a la sociedad la selección de candidatos.
Las PASO nacieron, entre otras razones, para que los partidos y frentes dirimieran sus liderazgos democráticamente. Es decir, que dejaran de ejercitar el dedo o atomizar el sistema de partidos, sin embargo no será más que un turno electoral formal. Se practicará el acto formal de votar y alguno de los participantes puede llegar a quedar afuera de las generales de octubre si no alcanza el piso mínimo de 2 %, entre 40 y 45.000 votos en la provincia de Córdoba.
El tema no es importante sólo por una cuestión meramente republicana, sino porque hay diferencias entre distintos sectores de las distintas fuerzas que buscan llegar a octubre, que terminaron cerrándose en acuerdos dirigenciales, esquivando la opinión popular.
Cambiemos llegó al cierre marcado por el enfrentamiento entre los hombres de presidente Mauricio Macri y de la UCR que lo acompañaban (Mario Negri y Oscar Aguad) y los radicales asociados al intendente Ramón Mestre. Primó el poder del dedo y la billetera. El presidente ordenó la lista con su delfín, Héctor Baldassi, adelante y sometió al apellido Mestre a la humillación del quinto sitio de la lista, pese a que dos mujeres del sector mestristas ocupan el segundo y cuarto lugar de la nónima. Dante Rossi es el único rival anotado.
Unión por Córdoba siguió la tradición peronista de que el jefe político ordena sus jugadores y esta vez le imprimió a la jugada una imagen de renovación con el vicegobernador, Martín Llaryora y mucha juventud entre los candidatos. Es una transición ordenada desde arriba, empujada por el fenómeno amarillo de la renovación, que incorpora sólo el sinónimo de dirigentes con menos edad, dado que en el oficialismo provincial esta vez no aparecieron outsiders, una práctica no tan novedosa, porque proviene de la era neoliberal conducida por Carlos Menem en los ’90.
El Frente de Izquierda (FIT) también debatió sin llegar a internas, una posibilidad que asomó con la mudanza de la estrella mendocina, Nicolás Del Caño, a Buenos Aires. Finalmente, el PTS consiguió su objetivo y Del Caño será aspirante a diputado nacional por Buenos Aires y Néstor Pitrola (PO) pasó a disputar la banca de senador frente a todos los pesos pesados de la política argentina. Superado ese encono, todos se pusieron de acuerdo en base a la distribución originada en una elección anterior. El FPV, ahora Frente Córdoba Ciudadana, fue el más discutidor, pero no hubo quien se animara a dirimir en elecciones con la posición de La Cámpora, ordenada desde el Instituto Patria, a pocas cuadras del Congreso Nacional, en la Ciudad de Buenos Aires. El resto de los espacios políticos no mostraron diferencias relevantes hacia afuera, ni debates internos disonantes.
La democracia son plenarios y asambleas y también las elecciones primarias abiertas, donde la sociedad en su conjunto selecciona, legitimando hegemonías.
La democracia son plenarios y asambleas y también las elecciones primarias abiertas, donde la sociedad en su conjunto selecciona, legitimando hegemonías. En un punto, las PASO nacieron con un fin: que el peronismo pudiera encauzar sus habituales diferencias entre sectores, pero fue completamente inútil a ese fin, porque sus líderes siguen escalando al comicio general para disputar allí sus representaciones. Es lo que sucede en la provincia de Buenos Aires, un país dentro del país, donde Cristina Fernández, Florencio Randazzo y Sergio Massa van a jugar frente a frente para determinar el valor de cada uno, pero permitiéndoles llegar a la general de octubre y obtener representaciones legislativas probablemente mayores a las que conseguirían si la disputa fuera sólo interna. También, con el piso del 2%, las PASO apuntaban a evitar la creciente atomización del sistema político. Este valor resultó un freno para las fuerzas políticas menores, castigándolas con la perdida de personería política luego de dos elecciones consecutivas sin alcanzarlo, y por cierto no favoreció la democracia interna, como está a la vista.
Ha sucedido que la política se convirtió en un mercado más, un signo del posmodernismo. El mercado electoral ha superado a las estructuras políticas que sostenían las ideas, la representación política y social, y el debate democrático. Por eso llegan a las listas -en términos generales- figuras de la televisión, el espectáculo, el deporte o el empresariado, o del sistema político subidos a poderosos aparatos propagandísticos oficiales. Las palabras clave de este fenómeno son: conocimiento público o recursos para conseguirlo. Pero, en general, la enorme mayoría de ellos no tienen práctica política, ni ideologías conocidas, y los que la tienen se formatean en base a la demanda social, no a la interpelación que pueden provocar sus ideas o representaciones.
Las redes sociales, que aparecen como el nuevo sistema de distribución de la política, son en realidad un atajo mentiroso, porque sirven para medir en tiempo real el humor social, pero no para debatir.
A su vez, las redes sociales, que aparecen como el nuevo sistema de distribución de la política, son en realidad un atajo mentiroso, porque sirven para medir en tiempo real el humor social, pero no para debatir. “Interacción” no es igual a debate. La democracia implica confrontar ideas y lograr consensos por vía de acuerdos para implementarlas o elecciones para saber quien cuenta con mayor fortaleza, lo cual requiere de necesarias discusiones y que la sociedad se exprese electoramente, no con un “Me Gusta” de Facebook o un “Like” de Instagran. La interacción de las redes facilita que todos digan, pero el algoritmo por el cual funcionan, junta a los iguales, no permite un cruce con los diferentes ni tampoco nadie quiere discusiones allí. Es la uniformidad lo que prima. Se forman, por lo tanto, ejércitos de fans, cuyo crecimiento está regulado por los millones del que contrata la emisión y su capacidad de procesar los datos que surgen de “la supuesta conversación”. Por eso, ningún candidato quiere elecciones, el mercado electoral obliga a poseer una fortuna o conocimiento previo para poder acceder y el que no los tiene, ni siquiera lo intenta. Por eso, Macri y Cristina ponen escenarios en el medio de los estadios, a los que acceden sólo ellos o quiénes ellos quieren. Es una gran simulación. Pareciera que ya no hay iguales.
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