Es la segunda vez en dos décadas que Alberto Fernández es participe de una reestructuración exitosa de la deuda externa argentina. La primera fue como jefe de Gabinete de Néstor Kirchner y Roberto Lavagna, en 2005. La segunda lo ha tenido como timonel de la negociación, con el economista Martín Guzmán como ejecutor y con el apoyo explícito de Estados Unidos y el Fondo Monetario Internacional (FMI) como carta ganadora. Cerrar el delicado frente externo, que el país no extienda su situación de “default”, es un agregado fundamental a su capital político y al de la gestión del frente peronista, más allá de que aún resta la negociación con el FMI por los 44 mil millones de dólares que el organismo le prestó al gobierno de Mauricio Macri.
Por la capacidad de condicionar el desarrollo económico que tiene el endeudamiento de un país, un acuerdo pacífico con los acreedores privados es una buena noticia política. También lo es en términos económicos, ya que el país debía pagar 15.200 millones de dólares a los acreedores privados en 2020 y 12.100 en 2021. Ahora, sólo pagará unos 1400 millones en el bienio. Si se lo traslada a los próximos cinco años, el oxígeno es de al menos 42 mil millones de dólares. El buen o mal uso de esos recursos liberados será determinante para la etapa que seguirá a 2025, donde habrá que desembolsar sumas mayores a las acordadas para este primer cuatrienio 2021-2025. Es decir, si el país mejora su perfil productivo y exportador es probable que en condiciones de relativa normalidad internacional pueda hacer frente a esos compromisos externos.
Se trata de un buen acuerdo o un acuerdo razonable, comparado con las emisiones previas, tanto las de Macri como las del peronismo kirchnerista que lo precedió. La deuda renegociada con los acreedores privados incluye bonos K y bonos M y, en general, pagaba intereses de 7% en dólares. Ahora, abonará 3,02% de intereses en dólares. No será un paseo pagarla, ya que requiere de una expansión constante de la economía a ese ritmo base del 3% y, en paralelo, un crecimiento con capacidad de “producir” dólares para que no vuelva a convertirse en una mochila de piedras para el futuro del país. Dicho de otro modo, es apenas el primer paso, para caminar hacen falta al menos dos pasos, y para correr muchos más. Aunque es obvio, sin ese fundamental primer paso no sucede ninguna secuencia posterior.
Es también, una deuda diferente a la contraída con el FMI, que es exclusiva de la gestión del ex presidente que se encuentra de vacaciones en Francia, que en lo esencial alimentó la fuga de divisas al exterior y puso en crisis a la economía.
Fernández demuestra con este paso exitoso que puede liderar el frente peronista a partir de la articulación interna, el diálogo y los consensos alcanzados con los diferentes actores externos, y la capacidad de gestión.
La crisis de la pandemia no terminó y está en pleno curso, su resultado dependerá de lo que pase en agosto y septiembre. Es temprano para ver su desenlace aún, pero la estrategia elegida, la de unir a los diferentes sectores y poner en marcha tempranamente la cuarentena, le ha permitido al país ganar tiempo para mejorar su deficitaria estructura de salud, producto del ajuste neoliberal de su predecesor.
Con el acuerdo de la deuda demostró que la política y la economía tienen más colores que el blanco o el negro. Tuvo el apoyo de Estados Unidos, el FMI, el Papa Francisco y el establishment demócrata del corazón financiero de Wall Street. En el país, le dieron la mano los bancos, los grandes industriales y los pequeños y medianos, además del propio peronismo, de los sindicatos y de los gobernadores propios y opositores. Alguno dirá que todos lo necesitaban para no padecer las esquirlas de una implosión, pero la realidad es que supo entender esa necesidad y pudo encaminarla. Por cierto, tuvo a favor, que la negociación fue por plata, y en el regateo se puede ganar más o menos, pero la clave es que la rueda siga girando. Dicho de otro modo, se puede aflojar la soga que rodeaba el cuello porque la otra parte no quiere perder todo y quiere ganar más de lo que puso (invirtió) originalmente. Si esa condición se cumple, hay posibilidad de coincidir. Es lo que sucedió. Sin embargo, el que tiene que pagar (Argentina), debe generar los recursos para hacerlo y eso es un condicionante para el desarrollo y la igualdad por su elevado volumen.
Ahora, la etapa que sigue es diferente. El FMI es un organismo gerente de la globalización financiera y del orden mundial asociado. Hasta el día de hoy no hubo un solo acuerdo en el que no presentara su receta típica, que no es otra que la que le pidió a Mauricio Macri y le pedirá a Alberto Fernández: ajustar el gasto estatal para generar excedente de recursos de re-pago y producir reformas estructurales que vuelvan más barato producir bienes y servicios en el país. Obviamente, su foco será una vez más la reforma laboral y la apertura de la economía, para favorecer el libre flujo de productos y capitales.
Habrá que observar la hoja de ruta del gobierno en la nueva etapa que se abre, pero en el camino recorrido hasta el presente no parece haber puesto rumbo a un programa neoliberal, sino al de un populismo suave o light que incluye una cierta modernización y ordenamiento del funcionamiento capitalista local. Tiene a favor la pandemia, que condiciona cualquier tipo de ajustes del sector público sin que se produzca una explosión del país. Falta conocer como rearmará su equipo para afrontar el duro cruce y qué margen le dejará el FMI a su programa.
Lo que está claro, es que el resultado favorable de este acuerdo de reestructuración de la deuda le ha dado a Fernández, capital político suficiente para ejercer la jefatura del frente peronista. Ya no le debe nada a nadie.
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