(Por Miguel Julio Rodríguez Villafañe*). En esta etapa de la humanidad, en la que la tecnología de la comunicación ha permitido una vivencia de globalidad, algunos pretenden generar, desde perspectivas individualistas, una ciudadanía de consumo, sin pasado ni lugar de referencia. Desde dicho impulso se busca hacernos creer que nuestra patria es el mundo, en una realidad virtual en la que, por sobre valores fundamentales de humanidad, sólo en tiempo presente, sin pasado ni historia, se trata que mande una lógica comercial y financiera.
Aún más, cuando se nos habla de lo multinacional no necesaria-mente refieren a una sumatoria edificadoras de una hermandad entre naciones, sino que estamos ante nuevas organizaciones que se auto definen por sobre las naciones, pero no comprometidas con ninguna en particular. Esto último, se puede ver cuando las empresas o bancos se presentan como multinacionales. Para muchas de dichas organizaciones vale la utilidad y ganancias que un determinado lugar les deja, de lo contrario se lo abandona sin ningún escrúpulo, porque las inversiones no se realizan, necesariamente, con anhelo de arraigo, en los asentamientos en los que operan. Manda la optimización de la ganancia, sin importar, por ejemplo, los costos sociales, ecológicos y tantos otros que pudiera significar el desarrollo de las actividades que llevan adelante o las que dejan de desarrollar y se van.
En dicho contexto, es importante reflexionar sobre la nacionalidad argentina o sea sobre nuestra Patria, ese impulso que nos une a un destino común, desde una historia, un lugar y un pueblo articulado con anhelos compartidos.
Esa patria no permite que se pretenda concebir al pueblo como un simple mercado y los vínculos entre las personas como una mera relación de competencia. Los hombres y mujeres nos interrelacionamos con lazos afectivos, históricos y jurídicos que no pueden reducirse a una dinámica individualista en la que sobrevive solo el más fuerte. Para la patria todos y cada uno somos valiosos y necesarios. Ese es el abrazo fraterno que hace sentirnos una nación con un destino común. Y en ella, el perfeccionamiento y la superación deben canalizarse con criterios de inclusión y no de marginación o exclusión. Ello nos obliga a pensar y trabajar un futuro digno y generoso para todos y entre todos.
La patria implica una sociedad que se asume con derechos y deberes. En ella un Estado nunca puede concebir a sus ciudadanos como si fueran sólo clientes, usuarios o consumidores. Esa concepción del pueblo es peligrosa, discriminatoria y antidemocrática, ya que el cliente, usuario o consumidor no tiene nada que ver con la toma de decisiones del negocio y siempre presupone capacidad adquisitiva; mientras que el Estado, no es un negocio, no todo lo que brinda debe pagarse por el que lo solicita y la participación ciudadana, la transparencia y la rendición de cuentas son esenciales en su dinámica. El Estado articulador de la comunidad, se debe optimizar, pero evitando reducirlo sólo a una concepción de gerentes (CEOS) que analizan la problemática social como una simple operación de costos.
Por su parte, el sistema federal que adoptamos determina que se deben respetar distintos ámbitos de decisión autónoma -nacional, provincial y municipal-. Dichos ámbitos, con raíces y visión territorial, enriquecen la concepción de patria en la sumatoria de las vivencias y esfuerzos, desde diferentes lugares y niveles, lo que permite conformar el sentido de Nación integral e integrada. Rescatar el federalismo en su dinámica es esencial para respetar a las mujeres y hombres situados, con tiempo y espacio propios; no aislados ni ignorados. La patria grande se construye desde la unión igualitaria y equitativa de todos los todos que la componen. Ni feudalismos excluyentes que no se suman al destino común de la argentinidad, como tampoco centralismos que anulen las autonomías y su dinámica.
NO SOMOS SÓLO EUROPEOS
La Patria también implica el abrazo amplio y generoso para todos los hombres y mujeres del mundo que habitaron estas tierras y también de todos aquellos que quisieron y quieren habitar el suelo argentino, como lo proclama nuestro Preámbulo. En esto no se puede decir, como afirmó en enero de este año el Presidente Mauricio Macri, que “todos somos descendientes de europeos” y en ello justificar que Europa nos tenga más en cuenta para sus negocios. La postura del presidente resulta inaceptable, porque la riqueza de nuestro ser está en nuestro ADN integral que tiene antecedentes amerindios, de pueblos originarios, de raza negra, blanca, europeos, asiáticos, africanos y de tantos otros lugares y etnias, que nos engrandecieron y nos engrandecen en su diversidad. Más grave aún, cuando las palabras presidenciales son discriminatorias e implican una visión insultante a la argentinidad, ya que pareciera que sólo en el origen europeo estaría la justificación mayor de comerciar con Argentina, como si se hubiera que ocultar, por vergonzante, el resto de nuestro ser nacional.
A su vez, la patria nos invita a integrarnos a un mundo globalizado pero con identidad propia, bajo pena de diluirnos como pueblo. Tenemos que rescatar el orgullo nacional, sin soberbia.
También, la verdadera patria invita al encuentro en los afectos, anuda las generaciones, permite valorar las grandes y pequeñas cosas, da sentido a la vida y alivia las dificultades al poder compartirlas.
La patria además, necesita imperiosamente de patriotas que ayuden a superar la desesperanza, reconstituyan los lazos entre los dirigentes y el pueblo, se luche por una sociedad democrática, justa, igualitaria, solidaria y equitativa. No podemos permitirnos que la desazón nos paralice.
* Miguel Julio Rodríguez Villafañe es abogado Constitucionalista y periodista columnista de opinión.
Sumate al equipo y ayudanos a contar lo que el poder no quiere.
Cómo comunicarse:
Redacción: [email protected]
Lectores: [email protected]
Equipo de Investigación: [email protected]