Las elecciones del domingo 22 de octubre sorprendieron a buena parte del país que no creía en la vitalidad del peronismo y en su capacidad de reacción. El renacimiento del bloque populista, que triunfó en trece provincias, le permitió puntear en un escenario de tercios frente al ultra Javier Milei (LLA) y la candidata de Juntos por el Cambio (JxC), Patricia Bullrich. También, en esa instancia, se dirimió la interna entre la ultraderecha (LLA) y la centro-derecha (JxC).
En ese marco, la victoria del libertario y neofascista Milei (segundo, con 29,98%) sobre Patricia Bullrich (23,83%), puso en terapia intensiva a la fuerza política que representó al bloque de centro-derecha desde su conformación a causa de la crisis originada por la Resolución 125 (la que imponía las retenciones móviles a la producción agropecuaria), en marzo de 2008. De este modo, la migración de buena parte del Pro y algunos de los principales dirigentes de la coalición, como Patricia Bullrich o el radical Luis Petri, que está ocurriendo en estas horas, era un movimiento esperable. Sólo resta conocer al cierre de este artículo, si el ex presidente Mauricio Macri terminará cruzando la calle que lo separa del campamento libertario.
Luego de las PASO del 13 de agosto, en las que venció Milei, y Bullrich ocupó el segundo lugar, escribía lo siguiente: “Una probabilidad es que el escenario de tercios no se extienda demasiado tiempo y alumbre un nuevo liderazgo del bloque de centro-derecha corrido al extremo derecho. La Primera Vuelta presidencial del 22 de octubre determinará si los libertarios o JxC conducen a ese sector político, económico, social y cultural a intentar la ‘revolución de derecha'”. Es lo que está ocurriendo ahora, bajo la conducción del libertario.
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Más allá de la participación y posición de la UCR, un partido político con otro origen, ideología y referencias históricas, la hegemonía en JxC estaba en manos del Pro, esto es un partido de derecha, republicano y neoliberal en lo económico. A JxC, el radicalismo le dio territorialidad, algo de lo que carecía Macri en 2014 cuando terminó de conformarse la coalición con la victoria de Pedro Dellarossa en Marcos Juárez, en el corazón agropecuario de Córdoba y el país. Lo que no pudo, en ningún momento, fue teñirlo de su pensamiento, ni generar un liderazgo propio, más allá de la aparición en los últimos tiempos del senador nacional, Martín Lousteau y el diputado nacional Facundo Manes. Bajo este paraguas, en 2015, quien fuera jefe de Gobierno porteño derrotaría ajustadamente al peronista Daniel Scioli en el balotaje.
Sin embargo, la experiencia del bloque de centro-derecha en el gobierno terminó en un estruendoso fracaso. Fue como consecuencia de la crisis económica, la alta inflación y el acuerdo con el FMI, que además condicionó por dos décadas las posibilidades de desarrollo del país. La idea de que JxC podía regresar al poder en 2023 por el solo hecho de ser la principal oposición, en ese escenario, era una idea peregrina. El resultado no tiene que ver con la interna entre Horacio Rodríguez Larreta y Bullrich, sino con el hecho de que el conglomerado económico que le dio existencia -la alianza entre el campo, el sector más dinámico de la industria y el capital financiero, en ese orden- tampoco pudo resolver el dilema del desarrollo nacional y profundizó la desigualdad social.
Lo central de este período 2012-2023, es que ninguno de los dos bloques históricos en pugna -el populista y el agroexportador-financiero- pudieron construir una hegemonía para imponer un modelo y programa económico viable y quedaron encerrados en un círculo vicioso, en una especie de “abrazo del oso”, del que ninguno pudo desprenderse. Sin crecimiento económico y con los cambios económicos y sociales en marcha en el mundo, que promueven un fuerte individualismo, toda una generación de jóvenes sufrió los efectos económicos y la frustración personal. Ese fue el caldo de cultivo para la irrupción de la ultraderecha y un candidato ultraliberal y neofascista como Milei, que ahora arrastra a todo el sistema a la derecha, porque impuso los ejes de la nueva agenda.
En la elección del domingo, el libertario y Bullrich sumaron más de 14 millones de votos, poco más del 52% de las adhesiones. Se puede inferir que la división entre ambos sectores de ese espacio, es lo que permitió que el peronismo pudiera subir al ring para definir la segunda vuelta.
Ahora, más allá del resultado final, sin importar el vencedor, Massa o Milei, el comicio cerrará la etapa abierta con la crisis de la Convertibilidad de Domingo Cavallo, en 2001. Uno y otro representan a distintas alianzas sociales, políticas y económicas, que le darán sesgos diferenciados al futuro. Un experimento ultraliberal como el de Milei puede llevar al país a la desintegración. Por primera vez en la historia argentina, un sector económico sin responsabilidad en la producción local -como el capital financiero global- tendrá el control político del proceso económico. En principio, el programa de Milei y las finanzas expresa dos objetivos inmediatos: Eliminar la capacidad regulatoria del Estado y desindustrializar al país.
La nueva etapa, independientemente del vencedor, será de alta inestabilidad, a causa de la fragmentación política local -tanto a nivel legislativo como territorial y que todavía no finalizó-; la aparición y consolidación de una fuerza política de ultraderecha; la relativa debilidad de la estructura económica; el acuerdo con el FMI, condicionante de cualquier salida económica inclusiva y política con ampliación de derechos; y el convulso escenario internacional con varios conflictos armados en marcha, como Ucrania y Medio Oriente, y la puja económica planetaria entre Estados Unidos y China.
La crisis de JxC se inscribe allí. Su sector más potente buscará participar de un viaje a la derecha radicalizada, para inaugurar una nueva etapa. Eso representa la alianza de Milei con la mayor parte del Pro. Lo que pueda ocurrir con la UCR y las otras fuerzas aliadas del Pro dependerá del resultado del 19 de noviembre. Si la aventura con Milei es exitosa, la mayor parte de JxC quedará bajo el ala del libertario, Macri y Bullrich. Si el vencedor es Massa, la UCR tendrá una nueva oportunidad de buscar el liderazgo de la oposición, pero mientras eso ocurre, facilitará la fragmentación de ese espacio opositor, en particular, en las provincias.
Milei ha elegido, con este paso, a líderes que lo puedan conectar con la mayor parte del electorado de la derecha clásica. No discute sobre la incorporación de estructuras, sino de dirigentes con representación y discurso cercano -distinto serían, por ejemplo, Elisa Carrió o Gerardo Morales-. Intenta, de este modo, dialogar con un electorado que comulga con, al menos, una parte de su ideario, pero sin perder su identidad disruptiva, la que le asegura la contención del universo del 30% más refractario con el sistema político y económico, que es la base de su electorado. Se trata de un movimiento quirúrgico, pero predecible, que le permite “secar” parte del océano en el que iba a intentar “pescar” Massa. Es la primera pista de cómo intentará vencer al peronismo, que es sumando partes de la derecha, universo mayoritario del electorado en este proceso. La pregunta del millón es: ¿Le alcanzará?
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