Eduardo César Angeloz se fue de este mundo con esos enormes lentes de marco oscuro puestos. Nunca dejó de hacer política, ni de participar de ella aún en los pliegues del poder. Después de 2001, cuando finalizó su mandato como senador nacional, y manchado por el juicio por enriquecimiento ilícito del que resultó absuelto, no ocupó nuevos cargos públicos ni partidarios. Sin embargo citaba a sus amigos y correligionarios en un bar a metros de su departamento en Nueva Córdoba y seguía cada detalle de lo que sucedía en Córdoba y el país. No lo visitaban los que estaban en la cúspide, sino los que querían llegar a ella. Sus viejos laderos, muchos de los perdedores que no tenían lugar en los nuevos “armados” políticos. Ésa era su oficina fuera del poder que supo acumular como ninguno y que no le sirvió de nada cuando la crisis del Tequila lo empujó afuera del palacio.
El Pocho tenía voz de doctor. Grave, almidonada, severa. Orador de la vieja escuela radical. Conservador hasta en el modo de pararse. Resultó ser un dragón para limpiar su camino desde que en 1983 accedió con poco más del 52% a su primer mandato como gobernador de la provincia. No paró de acumular poder y en 1987 quedó frente a la alternativa de suceder a Raúl Alfonsín, el líder radical que había roto la hegemonía peronista en 1983. Los separaba un abismo en lo ideológico, pero el Pocho había ganado y los radicales venían de perder en casi todo el país, y como el poder tiene esos guiños que son siempre difíciles de explicar, fue el propio Alfonsín el que lo puso en carrera en 1989 para intentar sucederlo. Enfrentó a Carlos Saúl Menem y su propuesta de salariazo, armado de un lápiz rojo, con el que decía iba a aplicar un ajuste salvaje. Ganó el riojano, perdió el cordobés. Pero fue el caudillo riojano, su viejo compañero de la carrera de abogado, el que terminó usando su lápiz rojo.
No le gustaban las preguntas críticas. Levantaba la voz como respuesta inmediata y erguía su cabeza buscando al periodista para lanzarle una mirada incendiaria. En su territorio, estaba acostumbrado a que lo respetaran y padeció la campaña presidencial de 1989 en sus giras por el país.
Dueño de una memoria prodigiosa, dicen que reconocía a cada uno de los militantes y simpatizantes radicales, sin importar del pueblo o paraje del que fueran.
Fue gobernador hasta 1995, cuando la crisis del Tequila lo sacó a patadas del gobierno. Su creación de “la isla” cordobesa quedó tapada por la rigidez de la Convertibilidad, la criatura de su enemigo político, Domingo Cavallo, y sin fuentes de financiamiento para sostener su populismo de derecha. Debió entregarle el poder a su archi-enemigo local, Ramón Mestre. Sus padecimientos ya no tendrían fin. Lo juzgaron por enriquecimiento ilícito y finalmente obtuvo la absolución de la Justicia, pero su suerte estaba echada. Dos de sus colaboradores más importantes, Jaime Pompas y Luis Medina Allende habían dejado las huellas y la imagen de una gestión corrupta lo sepultó. El primero, en la causa del Banco Social, y el segundo, queriendo vender la vieja cárcel del Buen Pastor a un inversor alemán para construir un casino. El alemán le había adelantado 4 millones de dólares.
Casi veinte años más tarde, en una entrevista con Mario Pereyra en Cadena 3, apuntó que Ramón Mestre (padre) tuvo que ver con su sometimiento judicial por el entonces fiscal General de la Provincia, Miguel Ortiz Pellegrini. “Sí, tuvo que ver. No quiere decir que me haya acusado, pero lo dejó hacer al fiscal General miserabilidades”.
Y sobre su último mandato admitió que “estuvo de más. Yo ya estaba cansado. Soy de esas personas que llegaba a las 7.30 y eran las 22 y seguía atendiendo gente o ministros”.
Angeloz será recordado, como alguna vez dijo el peronista José Manuel De la Sota, por el Paicor, el plan social alimentario, con el que llegó a todas las escuelas cordobesas. El mismo radical apuntó que lo recordarán por ese motivo. El plan aún sigue vigente. Es un testigo de la ineficacia del Estado argentino, que trasciende nombres y administraciones, para resolver el drama de la pobreza y la inequidad a lo largo de generaciones.
Como hombre apegado al poder que era, siempre estuvo donde estuviera ese atributo intangible, pero capaz de cambiar vidas. Para bien o para mal. Amigo del cardenal Raúl Primatesta, sostenía encuentros con el que fuera jefe del Terrorismo de Estado en Córdoba, el general Luciano Benjamín Menéndez. Se fue a la tumba con la información que pudiera tener sobre las desapariciones en Córdoba. Lo mismo con la del asesinato del senador de la UCR, Regino Maders.
La Justicia cordobesa fue moldeada según su óptica, lo mismo que la Federal, donde fue el hombre que dio el sí a los nombramientos. Parte de esa Justicia es la que ahora se encuentra en el banquillo de los acusados por los crímenes de la Unidad Penitenciaria N°1.
Un viejo apotegma señala que a la hora de la muerte, todas las personas son buenas. Algo de razón hay. A Eduardo César Angeloz le corresponden las generales de esta definición. Sin embargo no fue un radical como Arturo Illia ni Amadeo Sabattini en cuanto a su ideario. Y pese a escribir sus memorias, se marchó de este mundo con demasiados secretos a cuestas.
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