En abril de 2010, después de escuchar el alegato del fiscal en su contra donde pedía 20 años de prisión por abuso sexual agravado de un niño de 4 años, Claudio Báez, chofer de un transporte escolar, se fugó. Días después, el Tribunal Oral Federal N°7 de San Isidro, Buenos Aires, lo condenó.
“Los ataques sexuales que el chico padeció le dejaron secuelas para toda la vida y no lo va a superar jamás. Nunca volverá a ser el niño que era antes de que la depravación del acusado interfiriera en su corta vida. Sus padres no van a tener jamás el mismo hijo. Y lo van a tener que contener y asistir siempre para que pueda recuperarse”, dijeron los jueces en la sentencia.
Báez tenía 45 años por entonces. Luego de siete años huidizos en los que vivió en el anonimato, fue atrapado el sábado en Córdoba. “La detención de Báez fue concretada por la División Investigación Federal de Fugitivos de la Policía Federal en la intersección de las calles Anasagasti y Mayor Luisón de la ciudad de Córdoba. Fue consecuencia de una pesquisa que incluyó distintas tareas de inteligencia y ubicó al prófugo en la capital cordobesa”, sostiene el comunicado del Ministerio de Seguridad de la Nación.
La última vez que vieron a Báez fue la noche del 23 de abril de 2010, cuando cerró su almacén en la localidad de Manuel Alberti, Buenos Aires. El acusado llegó al juicio en libertad porque durante la etapa de instrucción el caso fue caratulado como abuso sexual simple, una calificación legal que permite aplicar el beneficio de la excarcelación. Pero, en el debate, la fiscalía pidió el cambio de carátula por abuso sexual agravado.
Los abusos contra el niño ocurrieron entre abril y noviembre de 2005.Báez había sido contratado por la madre del pequeño para que trajera a su hijo desde el colegio hasta un country donde vivía.
Durante el juicio, las declaraciones de la madre del niño fueron estremecedoras. “Conocí a Claudio cuando llevaba en su auto al colegio a las hijas de unas vecinas mías. Me generó confianza y posteriormente lo contraté para que llevase a mi hijo. Al regresar del colegio, mi hijo era el último al que dejaba. Mi hijo llegaba entre las 13 y las 13.30, pero a medida que pasaba el tiempo, el viaje se hizo cada vez más largo”, dijo ante los jueces.
Los dibujos realizados por la víctima confirmaron que su memoria emocional conserva la penuria, aquel miedo y aquella humillación, sufrida a manos de la persona de confianza de la madre”, concluyeron los jueces en su resolución.
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