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Investigadoras del Conicet crearon un spray antiviral que llegará al mercado este año

A través de un convenio de transferencia con Laboratorios Elea Phoenix, el spray estará disponible en el mercado a principios del año 2022. (Foto: CONICET).

Con el aumento constante de casos de COVID-19 también crece la preocupación por mantener espacios limpios y ventilados para reducir las posibilidades de contagio. Para hacer un aporte en este sentido, investigadoras del CONICET comenzaron a desarrollar el año pasado un material con propiedades antivirales y antibacterianas a partir de la reutilización de desechos pesqueros. Ese material se convirtió en un spray para aplicar en superficies y telas que, a través de un convenio de transferencia con Laboratorios Elea Phoenix, estará disponible en el mercado a principios del año 2022.

“Nosotras ya veníamos trabajando con un biopolímero llamado quitosano, que se obtiene del exoesqueleto de crustáceos. Es un desecho de la industria pesquera que tiene la capacidad de absorber distintos contaminantes, y también tiene acción antifúngica, antimicrobiana y antiviral. Por eso, cuando llegó la pandemia, pensamos que podía servir para elaborar un material capaz de inhibir al coronavirus. Esto quiere decir que no le permite reproducirse ni contagiar: lo inactiva”, explica a la Agencia TSS la ingeniera en materiales Vera Álvarez, quien dirige el proyecto junto a la química Verónica Lasalle.

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Álvarez trabaja en el Instituto de Investigaciones en Ciencia y Tecnología de Materiales (INTEMA–CONICET/Universidad Nacional de Mar del Plata) y Lasalle en el Instituto de Química del Sur (INQUISUR–CONICET/Universidad Nacional del Sur). Se conocieron hace más de diez años, cuando se presentaron a una convocatoria del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación (MINCYT) para el desarrollo de proyectos binacionales con Cuba. Como trabajaban en líneas similares, el MINCYT las puso en contacto y, desde entonces, no dejaron de trabajar juntas.

Antes de la pandemia, las tres grandes líneas de investigación sobre el quitosano estaban vinculadas con el desarrollo de insumos sustentables, fármacos oncológicos de liberación controlada y remediación de agua con diversos contaminantes, como colorantes, pesticidas y arsénico. En abril del 2020, luego de reparar en que sus propiedades antivirales podían ser útiles para el nuevo contexto de crisis sanitaria, presentaron un proyecto a la primera convocatoria que realizó la Agencia I+D+i para proyectos relacionados con la COVID-19. Quedaron seleccionadas y pusieron manos a la obra.

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“Otro aspecto importante del proyecto es que los exoesqueletos de crustáceos suelen acumularse en la orilla y son contaminantes. Se forman como pequeñas pirámides de este desecho porque lo que se comercializa es la parte interna. Hoy no hay una industria que comercialice el polímero. Hay pequeños emprendimientos a nivel local que buscan reutilizar el desecho, favorecer la economía circular y reducir la contaminación, pero es a pequeña escala. Hace falta un impulso más grande para que se pueda desarrollar una industria”, comenta Álvarez.

La primera aplicación que pensaron para este material fue para la industria textil. La idea era que pudiera usarse para confeccionar elementos de protección del personal de salud, como barbijos y camisolines. “Pero como salieron una serie de barbijos con propiedades antivirales y otros productos similares nos pareció que eso ya estaba cubierto. Así que encaramos para el lado del spray, que es un elemento que se puede tener en casa y colocar en la ropa o en barbijos comunes, pero también sirve para superficies como mesas, picaportes, pupitres o el transporte público”, explica la ingeniera.

La diferencia del spray desarrollado por las investigadoras con otros desinfectantes como el alcohol o la lavandina es que si se limpia con esos productos pero después llega una persona que tiene el virus, éste puede volver a depositarse en la superficie. En cambio, la película que forma el spray permanece en ella durante 24 horas. (Foto: CONICET)

El spray forma una película sobre la tela o superficie donde se lo rocía que protege por más de 24 horas. Según Vera, los ensayos realizados demostraron que la protección incluso puede llegar a durar 72 horas. La diferencia con otros desinfectantes como el alcohol o la lavandina es que si se limpia con esos productos pero después llega una persona que tiene el virus, éste puede volver a depositarse en la superficie. En cambio, la película que forma el spray permanece en ella durante el tiempo mencionado. “Lo que hace es interactuar a nivel químico con el virus. Es como si lo engañara porque con esta interacción desactiva su corona externa y le impide que pueda reproducirse o infectar”, explica Álvarez.

El camino hacia Perviral 24, como bautizaron al spray, no fue sencillo. El primer escollo que tuvieron que superar fue conseguir los permisos para ir al laboratorio en esos primeros meses de aislamiento estricto. Luego, para hacer los ensayos del material, se dieron cuenta que necesitaban trabajar con especialistas en virología y bacteriología, entre otros. Así que empezaron a contactarse con grupos de otras instituciones para poder completar las piezas que les faltaban. Los primeros ensayos, por ejemplo, los hicieron con coronavirus bovino en el Centro de Investigación Veterinaria de Tandil (CIVETAN–CONICET/UNCPBA/CICPBA) y, posteriormente, se hizo un convenio con el ANLIS Malbrán para probarlo en SARS-CoV-2.

También trabajaron con el Instituto de Investigaciones Bioquímicas de Bahía Blanca (INIBIBB–CONICET/UNS) para testear el spray en el virus del herpes humano. “Al ser más robusto que el coronavirus, nos da la pauta de que puede servir para otros virus más allá del SARS-CoV-2”, dice la ingeniera. Además, hicieron pruebas con bacterias, ya que son las responsables de muchas infecciones intrahospitalarias que representan un gran problema en centros de salud. Estos ensayos se realizaron en el Instituto de Investigaciones en Biodiversidad y Biotecnología (INBIOTEC–CONICET) de Mar del Plata.

Finalmente, llegaron a ese paso clave necesario para que el desarrollo llegue a la sociedad: la transferencia tecnológica. La semana pasada, el CONICET firmó un contrato con Elea Phoenix por el cual la empresa obtiene los derechos para su producción y se compromete a otorgar un porcentaje de las ganancias a las instituciones públicas que hicieron el desarrollo. Además, por cada tanda producida, deberán donar determinada cantidad de litros a dichas instituciones para ser destinados a escuelas y hospitales. De esta manera, el producto estará disponible a través de dos mecanismos: para quien lo quiera comprar y mediante donaciones al sistema público.

Ahora la producción está en manos de ellos y nosotras quedamos a disposición para ir ajustando los detalles que surjan. Según lo que nos dijeron, en enero ya podría estar disponible en el mercado”, indica Álvarez. Y agrega: “Además, durante el recorrido por la empresa surgieron otras ideas de articulación en las que podemos trabajar. Eso también es fomentar la industria nacional: desarrollar productos innovadores que no queden solo en una publicación científica”.

CUESTIÓN DE GÉNERO

En este desarrollo las dos directoras del proyecto son mujeres, lo que resulta significativo en disciplinas como las ingenierías y las ciencias exactas, áreas muy masculinizadas en las cuales mujeres y disidencias suelen encontrarse con barreras para poder estudiar y trabajar. En el caso de Álvarez, ella sabía que quería estudiar ingeniería porque siempre le gustó resolver problemas. Al terminar el colegio, estaba pensando en anotarse en ingeniería química o mecánica cuando asistió a una charla de Pablo Stefani, quien iba a convertirse en el primer egresado de la novedosa Ingeniería en Materiales.

“Cuando escuché de qué se trataba, me fascinó. Por supuesto, la mayoría de mis compañeros eran varones. Había docentes que pensaban que nosotras no teníamos la capacidad para estudiar ingeniería pero también muchos otros y otras que nos incentivaron a hacerlo”, cuenta Álvarez. “Me acuerdo que en cuarto año iba a hacer una pasantía en una industria y cuando llegué al final del proceso de selección me dijeron que estaba todo bien pero que no podían contratarme porque no tenían baño de mujeres”, agrega.

A pesar de las barreras, no solo se recibió de ingeniera, sino que también hizo un doctorado en Ciencia de Materiales. Además, ha ocupado cargos de gestión (hoy es vicedirectora del INTEMA) y el año pasado ganó el Premio L’Oréal-UNESCO “Por las mujeres en la ciencia”, por su trabajo en el desarrollo de materiales antivirales. Para ella, la situación de las mujeres en ciencia ha mejorado en los últimos años pero considera que todavía queda bastante camino por recorrer.

“Hay mujeres que llegan a lugares de decisión y eligen solo a varones para sus equipos, repitiendo los prejuicios. También me ha pasado que, cuando tengo que ir de viaje a un congreso, me preguntan qué voy a hacer con mis hijas y a mi pareja jamás se lo cuestionan. De todos modos, creo que avanzamos mucho y hoy tenemos que poner el foco en acortar la brecha de género en lo que respecta a diversidades sexuales. También, en seguir difundiendo ejemplos cercanos de científicas para que las chicas más jóvenes sepan que no es necesario ser Marie Curie para hacer ciencia”, afirma.

Por Nadia Luna / Agencia TSS.

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