¿Quién no necesita de tanto en tanto escaparse un finde? La rutina agobia, y por suerte en Córdoba abundan esos rinconcitos que parecen de postal, algunos a tiro de piedra de la capital. Entre tanta belleza cordobesa, cuesta elegir, pero varios pueblitos se ganan un lugar especial en el corazón de cualquiera que los visite.
Moverse por la provincia resulta bastante sencillo. Los micros a Córdoba llegan desde varios puntos del país, y desde la terminal seguir viaje hacia los valles no presenta mayor complicación. Después de un par de horas nomás, el paisaje ya cambia completamente.

La Cumbrecita, donde los autos no molestan
Este pueblito metido en Calamuchita tiene algo mágico. Las casitas de estilo alemán, sin cables a la vista ni bocinas, crean una atmósfera que parece de otro mundo. Lo mejor es que ni bien llegás, dejás el auto en la entrada y te olvidás – primer pueblo peatonal del país, dicen orgullosos sus habitantes.
El arroyo que cruza el poblado acompaña con su murmullo constante mientras caminás por senderos que llevan a cascaditas escondidas. Después de un buen día de caminata, nada como probar un apfelstrudel casero con la receta traída por los primeros pobladores. ¿El toque final? Una buena cerveza artesanal que algún local fabrica con el agua cristalina de la zona.

Villa General Belgrano y su pinta germana
Cerca nomás, este pueblo parece empeñado en mantenerse fiel a sus raíces europeas. Las casitas de madera y techos inclinados, los letreros en tipografía gótica y ese aire festivo permanente le dan personalidad única. Si bien la Oktoberfest es su momento de gloria, cualquier fin de semana largo encuentra al pueblo repleto de visitantes.
El Cerro de la Virgen, aunque cortito, regala una vista que bien vale el esfuerzo de subir sus escalones. Desde arriba, el valle entero se despliega como un patchwork de verdes y ocres, con el espejo del Lago Los Molinos brillando a lo lejos cuando el sol pega justo.
Mina Clavero, el paraíso del agua fría
Dicen que las aguas del río Mina Clavero tienen propiedades curativas. Verdad o mito, lo cierto es que ese frío del primer chapuzón despierta hasta al más dormido. Las enormes piedras redondeadas, pulidas durante siglos por la corriente, forman pozones naturales donde es casi obligatorio meterse durante los meses de calor.
El pueblito mantiene ese aire serrano auténtico, sin tantas pretensiones como otros destinos. Los asadores a la vera del río levantan sus humos tentadores los fines de semana, mezclando el aroma a leña con el del pan casero que sigue haciéndose en varios hornos de barro de la zona.
Capilla del Monte, entre místico y natural
El Uritorco vigilando desde su altura imponente le da a Capilla ese aire misterioso que tanto atrae. Ya sea que vayas por contactos extraterrestres o simplemente por las vistas, este pueblo tiene un no sé qué difícil de explicar pero fácil de sentir.
La formación Los Terrones parece sacada de otro planeta, con sus figuras retorcidas color rojizo que cambian según la luz del día. Después de recorrer senderos, el centro ofrece ese costado bohemio donde abundan tienditas de artesanías y cafecitos con tortas caseras donde el tiempo parece detenerse.
Con estos cuatro destinos ya alcanza para entender por qué Córdoba sigue siendo la provincia más visitada del interior. Cada uno guarda su encanto propio, ese que hace que uno siempre quiera volver, aunque sea para un viajecito corto, de esos que recargan pilas para seguir adelante con la rutina diaria.
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