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Análisis del editor

Una sentencia floja de papeles para instrumentar la revancha de la derecha autóctona

La ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner.

Hay episodios de la historia que no por esperados dejan de ser significativos. La sentencia de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) es uno de ellos. La letra fría de la resolución ratifica la condena impuesta por el Tribunal Oral Federal N°2 contra la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, que la encuentra culpable de administración fraudulenta y le impone seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos. A nadie con dos dedos de frente se le hubiera ocurrido que los jueces Horacio Rosatti, Carlos Rosenkrantz y Ricardo Lorenzetti hubieran fallado de otro modo, por la simple razón de que esta causa es hija de un proceso judicial abierto por los sectores de poder perjudicados por el modelo económico y político que emergió de la crisis de la Convertibilidad de 2001. Rosatti, Rosenkrantz y Lorenzetti cumplieron con su rol palaciego de genuinos representantes de esos grupos de poder y actuaron en consecuencia. “Fin” diría el locuaz vocero presidencial, Manuel Adorni.

Los gobiernos de Néstor Kirchner (2003-2007) y Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015) fueron, con éxitos, fracasos, logros y limitaciones, el brazo ejecutor de ese ciclo de restauración populista, en línea con los distintos ciclos del movimiento nacional, popular y democrático a lo largo de la historia. En cambio, los cuatro años que encabezó Alberto Fernández, entre 2019 y 2023, implosionaron ese proceso y dejaron vía libre al regreso de una experiencia encabezada por sectores del poder económico financiero globalizado aliados con los grupos locales más concentrados.

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A su vez, la forzada sentencia de la Corte, entierra la etapa “larga” de alternancias “civilizadas” entre los dos bloques de poder históricos que surgió en 1983, luego de la oscura noche del Terrorismo de Estado. El terror de la dictadura mantuvo a los actores políticos y sociales democráticos (peronistas, radicales y sus desprendimientos) relativamente unidos frente al autoritarismo y las prácticas antidemocráticas. Sin embargo, fue como el esfuerzo de esas familias que intentan ocultar el infierno que se vive puertas adentro del hogar y salen con campera y lentes oscuros a la calle para ocultar los golpes y los ojos perdidos por el cansancio y la desesperanza. Los cambios de la estructura económica local y global han sido tan fuertes y profundos que la arquitectura política original se fue cayendo ladrillo por ladrillo. Encerrar a la figura más prominente de esa restauración populista, que aún conserva fuego electoral, es patear el viejo tablero e iniciar el partido en uno nuevo. Sucedió igual con el radical Hipólito Yrigoyen en 1930 y con Juan Domingo Perón en 1955. En 1976, el movimiento fue diferente porque el líder popular que era Perón había muerto y el programa económico populista había sido derrotado, entonces, el poder económico y militar, con el apoyo de Estados Unidos, tomó por asalto el poder para destruir al bloque adversario.

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No es el sentido común de la clase media el que guía a la economía, la política y la historia. Todos esos espacios, en la plenitud de su autonomía y en sus interacciones, funcionan bajo la lógica de la ganancia y el conflicto permanente. El orden, dentro de esa línea de pensamiento, es una construcción simbólica que surge como consecuencia de la victoria de un sector sobre otro, tanto en el conflicto directo como en la negociación. Las raras veces en las que hay equilibrio en la cúspide del poder, un fenómeno que es fruto de la equivalencia de las fuerzas sociales en pugna y que, como una flor nocturna, florece por algunas horas, pero con la llegada del sol se marchita, se evapora rápidamente. El resto es hegemonía y control de alguno de los sectores en disputa. Nunca hay paz. Es lo que acaba de suceder este martes: el sector perdidoso de 2001 trata de eliminar los obstáculos para imponer su control del proceso económico y político, algo que no pudo lograr en el interregno 2015-2019 bajo la presidencia de Mauricio Macri.

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Javier Milei, que a esta altura podría bautizarse como “el presidente viajero”, inició su enésima gira por las oficinas del poder global para promocionar y concretar negocios de los enclaves petrolero, gasífero y minero, atacar al “socialismo”, y lanzar sus diarios ataques a periodistas, medios y opositores a través de la Red X. La prudente distancia de miles de kilómetros que no borran las redes sociales, se parece a una toma de distancia para que los “sicarios” judiciales realicen su tarea y la sangre no lo salpique.

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Mientras, el ministro de Economía, Luis Caputo, gasta todas sus balas en conseguir nuevos préstamos en dólares para recargar las reservas del Banco Central, que no crecen con ninguna inyección de billetes genuinos, para tratar de cumplir con lo firmado hace apenas dos meses con el FMI (Fondo Monetario Internacional). También, en la desesperación, el gobierno habilitó como en el ciclo de Macri, el ingreso de “inversores golondrinas”, que entran y salen sin importarles ninguna consecuencia, ni costo social. La pomposa Fase 3 con la que la oficina de comunicación de los jóvenes maravilla del asesor monotributista, Santiago Caputo, nombró a la salida parcial del cepo cambiario y el acuerdo de endeudamiento con el FMI, se encuentra al borde del abismo. Caputo explicitó que la administración ultraderechista podría apelar a vender bienes del Estado y privatizar empresas públicas para conseguir los dólares necesarios para que el corto plazo no se devore los comicios de octubre. El encierro de CFK forma parte del paisaje de la nueva etapa, que asoma como brutal, más rápida que lo vivido hasta ahora, y que será ejecutada con un machete en la mano.

Volviendo a la sentencia, la condena no tiene fundamento en pruebas objetivas. Entre otros detalles, no hay un documento en el que la entonces presidenta intervenga de manera directa en la gestión de la obra pública de la Provincia de Santa Cruz que ejecutaron, en la causa abierta, las empresas de Lázaro Báez (Una aclaración: gestión no es lo mismo que decisión política de que hubiera obra pública en la provincia patagónica, que es donde interviene un presidente). No fueron condenados funcionarios que estaban por debajo de ella y que tomaron decisiones ejecutivas respecto de las obras analizadas. En definitiva, se le endosa a la titular del Poder Ejecutivo Nacional el carácter de responsable directo y final de la toma de decisiones emitida por funcionarios de menor rango, responsables de organismos autárquicos (como Vialidad Nacional) y de ámbito provinciales, aunque no le correspondiera participar ni haya participado de las mismas. En ese sentido, la sentencia parece desconocer las normas de administración del sistema público. Justamente, para esquivar esa encerrona, los fiscales y los sectores más radicalizados del Poder Judicial habían apelado a la figura de la “asociación ilícita”. Trataban de encubrir la acusación de corrupción en el marco de una organización que se aprovechaba del Estado para hacer sus negocios, una figura penal utilizada por la dictadura militar, que finalmente no fue convalidada en este proceso porque era una exageración digna de una novela del realismo mágico. Sin embargo, sin ella, no hay forma de demostrar que CFK siquiera asomó la nariz en la causa Vialidad. De este modo, Cristina queda dentro del expediente sin haber participado de ningún acto administrativo, sólo por ser presidenta, haber vivido en Santa Cruz y Báez haber sido amigo de su fallecido esposo Néstor Kirchner.

El Valle

El país se sumerge en las tinieblas de un nuevo y violento ciclo. El gobierno de ultraderecha y los sectores económicos que lo impulsan, no tienen escrúpulos ni límites en violentar las normas, como lo han demostrado por vía de los decretos de necesidad y urgencia y la política económica neoliberal que llevan adelante. En principio, se encuentra en desarrollo un modelo económico de enclave y extractivista, con políticas neoliberales y aperturistas, basado en un Estado autoritario y antidemocrático. La decisión de proscribir a CFK es para descabezar posibles liderazgos alternativos, pero también para advertir a los que buscaban ese lugar. Estamos presenciando el salvaje espectáculo de la revancha de la derecha.

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