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Análisis

Un debate políticamente correcto, con candidatos que mostraron flancos débiles, y sin denuncias cruzadas

Mirada. La rigidez de Mauricio Macri fue una evidencia de que no se sintió cómodo en el debate santafesino.

Quizá la gran imagen que deja este primer debate presidencial es que cinco candidatos terminaron su participación aplaudiendo y el presidente Mauricio Macri fue el único que no lo hizo.

La Pampa

La siguiente imagen de la secuencia, es que cuatro de ellos fueron hacia Alberto Fernández a saludarlo primero y luego se dieron la mano entre sí. Los que no lo hicieron fueron Macri y Juan José Gómez Centurión, que fue a saludar a Macri y más tarde a Fernández. El presidente fue en último lugar a saludar al resto. Mauricio y Alberto se saludaron fríamente.

VER Lo que dijeron: Macri pidió tiempo para recuperar la economía y Fernández lo acusó de haber mentido en 2015.

VER Un debate con casi 40 puntos de rating a las 22.19 y unos 2 millones de tuits sólo en Córdoba.

Otra foto que dejó el debate en el Paraninfo de la Universidad Nacional del Litoral (UNL), en Santa Fe, es que, en los descansos, el único que aparecía sentado en la punta de la banqueta era Macri, como sintiendo en el físico, la tensión de la puesta en escena.

Epec

También fue un debate sin golpes bajos, sin acusaciones personales, sin denuncias que pongan al límite a ninguno de los candidatos principales. No entró en escena el estilo estadounidense. No hubo ninguna Mónica Lewinsky, ni negocio oscuro que cruzara el paraninfo santafesino. Habrá que ver si alguno de los retadores de Fernández o Macri, se anima a sacar los pies del plato para tratar de alterar el escenario existente.

Desde los contenidos, el peronista Alberto Fernández, el liberal José Luis Espert y el nacionalista, Juan José Gómez Centurión, fueron superiores a sus tres rivales. El primero, remarcando los alcances de la crisis económica y social, y los otros dos detallando, respectivamente, sus planteos ultraliberales (Espert) y nacionalista-católico (el ex titular de la Aduana). Fueron sólidos respecto de sus argumentaciones, más allá de las dificultades para profundizar como consecuencia de los límites temporales del formato que se eligió para el debate.

Los candidatos. José Luis Espert, Juan José Gómez Centurión, Mauricio Macri, Alberto Fernández, Roberto Lavagna y Nicolás Del Caño.

Nicolás del Caño (FIT-Unidad) logró colar las contradicciones de Fernández (por ejemplo, el apoyo del gobernador de Chubut, Mariano Arcioni, aliado de Sergio Massa, que no paga en tiempo y forma los sueldos a los docentes, mientras Fernández rescata el rol de la educación pública) y algunas de las tradicionales frases de la izquierda, como definir al presidente Mauricio Macri como un “lamebotas”, al más puro estilo Fidel Castro.

Roberto Lavagna logró imponer el tema del hambre y que el 50% de los niños, niñas y adolescentes tienen vulnerado ese derecho humano.

El presidente sostuvo su discurso en la idea fuerza de que no hay crisis, que se necesitan otros cuatro años para que la economía mejore, y que todo se debe a la herencia. Fue un planteo de nicho, estudiado, pero poco influyente por fuera de su propio espacio político electoral.

Pero se sabe, los debates no modifican sustancialmente los escenarios electorales, sino que en general, al igual que las campañas, suelen reforzar la tendencia dominante que los precede. Hay excepciones, pero requieren de la confluencia de distintos factores (tiempo respecto de la elección; contexto; marcos -cómo perciben e interpretan los ciudadanos a los relatos de los candidatos-; y estilo de los contrincantes). Este primer debate presidencial obligatorio, le da, en principio, la razón a la definición general.

De rojo. Juliana Awada se hizo notar en Santa Fe. La Primera Dama aportó una imagen fuerte para complementar a un presidente sobrio. (Foto: Gentileza Infobae).

A su vez, pese a que los debates implican una confrontación, el núcleo de las percepciones masivas no sólo se posiciona en los contenidos, sino, fundamentalmente, en lo que deparan los estilos (carácter), la estética (la presentación) y las formas (como se expresan desde lo gestual). Todo esto en interacción con contextos y marcos.

La síntesis de lo que sucedió en Santa Fe es la siguiente:

Mauricio Macri: lució tenso, algo crispado y “revoleando” temas, sin fluidez, sobre todo al principio y en el cierre del debate. Más allá de que su discurso y gestos estuvieron calculados y entrenados, no logró plasmar el plan a la perfección por su nerviosismo. Se lo notó aislado, distante del resto de los candidatos, y falto de reflejos para contraatacar. Su gran acierto de la noche fue marcar, cerca del final, al “dedito acusador” de Fernández. Puede ser un hilo discursivo entre 2015 y 2019, que podría generar alguna fisura en el electorado “suave” del candidato peronista. El problema de esa imagen, es que el núcleo de la definición electoral es económico, no político, y Macri se ha convertido en un mensajero débil, con escasa influencia en el electorado. Fue el único momento, donde su principal rival quedó sin defensa.

El gran acierto de Macri, en la noche, fue marcar, cerca del final, al “dedito acusador” de Fernández. Puede ser un hilo discursivo entre 2015 y 2019, que podría generar alguna fisura en el electorado “suave” del candidato peronista.

Alberto Fernández: si bien el candidato del frente peronista reúne en su estilo al docente y al abogado clásico, demasiado formal, se mostró más suelto y seguro que Macri en sus expresiones y con estocadas calculadas, no ahorró disparos sobre el titular del Ejecutivo. Su ataque se centró alrededor de un acto moral: mentir. Dijo en múltiples oportunidades que Macri no dice la verdad. Demostró “sangre” para la disputa, firmeza en su esquema, y convicción. Tampoco se equivocó, que para quien va primero en las encuestas, es un riesgo sustancial frente a lo que queda de campaña. La clave para él, era no equivocarse y no lo hizo. Tuvo dos déficits: el primero, el “dedito”. Lo uso en exceso. El segundo, que lució como opositor, no como favorito de la elección. Su tono y sus formas fueron para diferenciarse del presidente, no para mostrarse como futuro jefe del Ejecutivo.

Fernández no se equivocó, que para quien va primero en las encuestas, es un riesgo sustancial frente a lo que queda de campaña. La clave era no equivocarse y no lo hizo.

Roberto Lavagna: se paró desde la economía, como pilar de su planteo y en la necesidad de alcanzar acuerdos que superen las diferencias. Fue el menos expresivo, en términos audiovisuales, de todos los candidatos. Quizá su acierto fue poner el hambre en el centro de la agenda. Leyó demasiado, miró más a sus apuntes que a los televidentes, una condición esta última de la comunicación en un debate: hay que mirar a los ojos a la audiencia. También se lo vio lento y muy contenido para la intensidad que tuvo el intercambio. Un error de su planteo, fue confiar en el contenido más que en la forma y el estilo. La estética fue la de un candidato serio, que sabe de lo que habla.

Lavagna fue el menos expresivo, en términos audiovisuales, de todos los candidatos. Quizá su acierto fue poner el hambre en el centro de la agenda.

Nicolás del Caño: al igual que Lavagna confió en el contenido por sobre formas y estilo. Sólo tuvo un toque de audacia en su estilo -uso jean, no se puso corbata-. Se posicionó alrededor de las históricas posturas del trotskismo y no sorprendió con sus líneas discursivas, más allá de poner el dedo en contradicciones de Alberto Fernández. No pudo instalar ejes diferenciadores y los que intentó imponer -como el minuto de silencio por las víctimas de la represión en Ecuador-, fueron forzados. No sufrió el peso de las cámaras de TV, pero apareció como un candidato primitivo, sin demasiados matices, ni flexibilidad, tanto en su estilo, como en sus modos.

José Luis Espert y Juan José Gómez Centurión: ambos desarrollaron su libreto, ultra liberal y anti-sistema, el primero; nacionalista y católico, el segundo. Eficaces, sin alterar el curso de la discusión principal. Espert no sintió miedo escénico, fue uno de los más locuaces, dispuestos y disruptivos respecto a los planteos escuchados y mostrados. Su carencia, fue que, si necesita disputar el voto de Macri para crecer, fue demasiado “amigable” en el discurso, modo y estilo frente al primer mandatario. Tuvo un segundo factor que genera precaución: da la sensación, en su gestualidad, que puede salirse de control en cualquier momento. Por su parte, Gómez Centurión pareció un militar-civil en escena. Actuó en exceso su estereotipo de género. Su estilo fue el de un cruzado por las dos vidas y fue el único que disparó a repetición contra las causas por corrupción de Cristina Fernández de Kirchner. Sin embargo, no tuvo discurso para Macri, el hombre del que puede drenar caudal electoral para su experiencia de candidato presidencial.

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