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Marina Yuszczuk: “Hay algo de la vida adulta que es pura pérdida, todo el tiempo”

Marina Yuszczuk. (Télam).

Hay escrituras que se inscriben en constelaciones y en la ficción encuentran un cauce donde desplegar distintas preguntas, y por ahí viene transitando Marina Yuszczuk en algunos de sus libros cuando indaga en el duelo, la enfermedad, la maternidad y el deseo al poner en diálogo elementos fantásticos con preguntas profundas de la existencia humana desde el género gótico, como lo hace en su última novela “Para que sepan que vinimos”, en la que se mete con fantasmas y explora el lado oscuro de la ausencia y hace detonar la existencia del paraíso de la felicidad.

Por su novela anterior, “La sed”, la autora ganó el Premio de Novela Sara Gallardo en 2021 con una trama protagonizada primero por una vampira que anda por Buenos Aires en el siglo XIX, y luego por una mujer en duelo por la muerte de su mamá. En “Para que sepan que vinimos” también hay una hija atravesada por la pérdida, ese dolor sin tiempo, sin espacio, que lo impregna todo, y que Fernanda -como se llama la protagonista- intenta soltar, aún sabiendo que hay experiencias de las que poco control se tiene, como el dolor y el miedo cuando se aparecen o cuando lo que acecha es la presencia de su mamá. Porque si algo contiene el duelo es hacer de la ausencia una presencia constante, a tal punto de alcanzar la entidad de un fantasma.

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Fernanda también es madre de Rosa, está en pareja con Mariano y deciden hacer el viaje que tanto venían soñando a Nueva York como una forma de devolverle a los días alguna fibra que recuerde el sentido de la existencia, mientras tironea por lo bajo la sombra de la enfermedad de su mamá y de la desgastante rutina doméstica, o mejor dicho la desintegración del deseo. Pero, como escribe la voz que narra la novela editada por Blatt y Ríos, “lo que fuera que viajaba con Fernanda se fue con ella”. Al empecinamiento de tapar lo que es evidente, Yuszczuk le contrapone la fuerza de lo siniestro para mostrar lo trivial y artificioso que puede resultar el intento de darle un sentido pintoresco a lo que ya está roto desde hace mucho tiempo.

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Hay entonces una “experiencia de la desilusión”, como define en entrevista con Télam la escritora, a ese terreno de preguntas que se expanden en su literatura y que exponen lo sombrío del paso del tiempo, de la vida adulta y quizá por eso en “Para que sepan que vinimos” la voz de la niña, la hija de Fernanda, tiene una potencia arrolladora que ilumina todo aquello que se opaca en el reconocimiento de lo que se pierde y de otras experiencias como la violencia, porque la protagonista ha construido una relación amorosa a base de sobreadaptación.

El duelo, la madre enferma y la maternidad son temas que se encuentran entre tu novela anterior, “La sed” y esta nueva, ¿pensás tu literatura como una constelación de temas o zonas que conversan?

Sí, de hecho me parece que “Para que sepan que vinimos” es el reverso de “La sed”, pero son dos novelas que pienso juntas. En “La sed” está la carnalidad, la sangre, el erotismo, en “Para que sepan que vinimos”, lo etéreo, lo incorpóreo, la falta de deseo y el desencuentro; en una la madre como cuerpo que aloja, como amparo, y en otra como depredadora. También me parece que las dos son historias de mujeres que encuentran una salida a través de la transformación, solo que en “La sed” es para mí una especie de final feliz y en la nueva novela, bueno, es más ambiguo.

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Esto también está en “La inocencia”, lo de transformarse para romper un orden. En definitiva lo que vas encontrando de un libro a otro es el recorrido de lo que pensaste a lo largo de un período, me parece lógico que aparezcan esas conexiones. Y también me interesa mucho plantear un tema desde distintas perspectivas, como pasa con la relación madre-hija en las tres novelas que escribí. No hay una sola manera de pensar las cosas y creo que eso es lo más apasionante y lo más inquietante que nos toca.

En esta novela hay algo vinculado a lo que se desintegra y se opaca: la relación de pareja, la protagonista, su mamá enferma, la presencia fantasmal, la familia, ¿cuáles reflexiones o inquietudes creés que transitan?

Me interesa algo que incluye todos estos temas y que se podría llamar la experiencia de la desilusión, o lo que pasa con el amor a través del tiempo, con las creencias que arrastramos desde la juventud. Hay algo de la vida adulta que es pura pérdida, todo el tiempo: perder al hijo chiquito que tuviste y que no para de cambiar, perder a los padres, perder amigos, amores. Me parece que en mucho de lo que escribí está presente esa melancolía y que vivimos en un mundo que no le da mucho espacio porque ante todo “hay que estar bien”, hay una desesperación por estar bien, por resolver rápido estos malestares cuando se presentan. Tengo un libro de cuentos que se llama “¿Alguien será feliz?”, como una pregunta amarga pero que para mí también tiene cierto humor.

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Otro eje nodal de la novela es la relación de la pareja: un vínculo complejo y violento donde todo el tiempo se está midiendo al otro ¿hasta dónde se mantiene un vínculo así?

Bueno, yo no sé si alguien puede “ver” su propia vida. Pienso en lo que pasa cuando miramos una foto en la que no nos gusta cómo salimos; lo resolvemos con un “yo no soy así”. “Yo no soy este”. Listo. Buscamos la foto en la que salimos mejor y nos quedamos con esa. Y en el caso de las relaciones, supongo que las razones por las cuales una pareja está junta o sigue junta siempre son del orden de lo innombrable, fantasmales. Pienso por ejemplo en Swann y Odette de “En busca del tiempo perdido”, o el propio narrador con Albertine, esos amores que nacen de la falta y se vuelve al final una tortura. El narrador de Proust hace el ejercicio de remontar el origen de ese tipo de anhelo al miedo de que le faltara el beso de la madre, pero quién sabe.

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Mientras el sistema, el universo, exige que las cosas avancen, produzcan, tanto el duelo como la maternidad parecen tener, al menos en esta novela, una dimensión atemporal. Por un lado, para Fernanda el dolor no es cuantificable en unidades de tiempo, por el otro, Fernanda muchas veces se refugia en su hija Rosa y el tiempo allí también cambia porque el tiempo de las infancias se inscribe de otro modo. ¿Encontrás puntos de contacto?

Claro, siento que hay un juego de espejos en esta cadena abuela-madre-hija que tiene mucho que ver con el tiempo. La protagonista es simultáneamente madre e hija, se agranda y se empequeñece, un poco como “Alicia en el País de las maravillas” y esto de “cómeme”, “bébeme”, entra en distintas dimensiones donde lo realista y lo fantástico se empiezan a mezclar. El gótico generalmente tiene que ver con un pasado mítico, o sepultado, que irrumpe en el presente, que lo amenaza y muchas veces hasta lo hace derrumbar. Y una cosa que me fascina de convivir con mi hijo es que para los chicos realmente se arma de otra manera la relación entre realidad y ficción, no hay una separación, hay como un flujo constante y un juego donde se pasa de un orden al otro de una manera muy loca. Los hijos te hacen participar de ese juego y también te hacen presente tu propia infancia de una manera nueva, me parece que es una experiencia muy intensa de la temporalidad.

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El duelo lo permea todo y allí aparece la figura de la pareja como una voz insistente, que no entiende y que trata de sacarle el peso a ese dolor. Pero no hay mucho margen para intervenir porque una no agarra el duelo sino que éste te atrapa ¿en qué se parecen el duelo y ver fantasmas?

Bueno, en un momento se dice en la novela algo así como que la tierra está abierta, creo que es algo así. En el duelo se abre un hueco por el que se cuelan cosas, y uno no tiene control sobre lo que pueda surgir de ahí. Esto aparece también en un sueño que tiene la protagonista: sueña con un agujero en la pared. Me parece que la oscuridad a veces no es que asuste porque no se ve sino porque, paradójicamente, es una especie de página en blanco: ¿qué es lo que podría aparecer si borramos todo lo demás? El viaje a otro país funciona de manera similar, borra la vida cotidiana. El fantasma siempre está, pero no es raro que la protagonista lo vea justo cuando se produce un vaciamiento. En ese sentido el duelo, frente a la desaparición de la persona física, hace aparecer al fantasma.

¿Y entonces por qué asustan tantos los fantasmas o lo paranormal?

Son inconcebibles pero muchísimas personas creen en fantasmas, más de las que uno se imagina. Es una sobrevida rara de la creencia en la inmortalidad del alma, y las historias de fantasmas y fenómenos sobrenaturales están por todas partes, no solo en la literatura. Esto me gustaba de trabajar con fantasmas, que tiene ese costado popular, digamos. De hecho la protagonista “hereda” una historia de apariciones de su abuela y su madre, con respecto al abuelo muerto. Ese es un dato real que incluí en la novela, quizás el único: es una historia que me contó mi madre. A mí me parece que todos estamos preparados para creer en fantasmas porque fuimos niños y porque, cuando se hace de noche y todo se queda callado, y estamos solos, lo somos otra vez. Hay una escena muy primitiva que sigue estando presente y no creo que haya racionalidad capaz de ir contra eso, si no no existiría la literatura.

¿Qué potencia tiene para vos incorporar lo fantástico a una trama que puede leerse en clave muy realista? ¿Qué habilita lo fantástico/gótico/terror -como definas vos- en la literatura?

Bueno, estas figuras del gótico en primer lugar dicen cosas que el autor no sabe; en este caso, el vampiro y el fantasma dicen cosas que yo no sé. Y que probablemente no se pueden decir. Nada menos.

Malena Heinrich / Télam.

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