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Quién es el CEO de la multinacional Syngenta que propuso un plan contra el hambre y estuvo en la presentación de Alberto

Antonio Aracre (de anteojos oscuros) en la presentación de Alberto Fernández. (Foto: Gentileza La Política Online).

Se llama Antonio Aracre y tiene 53 años. Es uno de los ejecutivos más importantes de la cadena agroalimentaria argentina y ocupa el cargo de director general Director General de Syngenta en Latinoamérica. Syngenta es una multinacional con negocios en todo el planeta, y foco en semillas y pesticidas. Su propuesta, claramente por fuera de las convenciones, a la cadena agroalimentaria, es destinar el 1,5% de la producción para enfrentar el hambre y la desnutrición infantil.

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Aracre estuvo el lunes en la presentación del plan contra el hambre del Frente de Todos, que se realizó en la Facultad de Agronomía de la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA), que estuvo a cargo de Daniel Arroyo y el propio candidato a presidente del frente peronista, Alberto Fernández. El planteo nuclear del peronismo es el de garantizar el acceso a la canasta básica de alimentos por diferentes vías, que van desde leyes específicas, hasta acuerdos interinstitucionales con distintos actores públicos y privados para avanzar en este sentido.

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Con Aracre, todo empezó el mes pasado, cuando en Linkedin, publicó una reflexión sobre el hambre en Argentina y expuso un plan para enfrentarlo. En la presentación desafiaba a sus colegas del sector: “¿Quiénes de mis colegas de la cadena agroalimenticia y de las ONG sociales se suma para esta iniciativa que termine con el hambre de nuestros pibes y construya cultura de trabajo en las barriadas del conurbano?”

Se trata de un plan que, además, permite evitar la clásica puja en la que cae la producción transable de agroalimentos, entre alimentar el mercado interno o al externo.

Alberto Fernández durante la presentación del plan del peronismo contra el hambre.

Primero, en su plan, aborda el plano individual: “Hace tiempo que, como un líder de cierta influencia en la cadena del agro, me cuestiono si estoy haciendo lo suficiente para articular políticas público-privadas que implementen mecanismos efectivos para eliminar el hambre y la desnutrición infantil en nuestro país”.

Y luego explica el marco general, señalando que “junto a Brasil, en América Latina, somos la reserva alimentaria del mundo; pero a diferencia de aquél, el excedente exportable de nuestra producción agrícola-ganadera es proporcionalmente mucho mayor, ya que la población de Argentina es casi cinco veces menor”.

Sigue diciendo que “esa fuerte orientación a la exportación de nuestra producción en el campo es una bendición para la macroeconomía en varios sentidos: fuente de divisas, generación de empleo, contribución impositiva”, y a la par “también nos expone al dilema de la dolarización de los precios que globalmente se pagan por los principales insumos que se usan para la producción de los alimentos más básicos de la canasta familiar: pan, aceite, harina, leche y carne. En los períodos de fuerte devaluación del peso, tan frecuentes en Argentina, los precios se van a las nubes y para muchos argentinos, quedan fuera de su alcance”.

Dice que “un dilema es una situación difícil que no tiene una única mirada o posible solución. Suelen generar controversia y el riesgo de agrietar ganadores y perdedores. De ahí la dificultad para generar consensos en su abordaje. Pero lo que se juega del otro lado es demasiado importante, sensible, crítico. Nos intimida, nos incomoda y nos frustra. El hambre y la desnutrición de nuestros chicos y jóvenes es una hipoteca impagable para el futuro desarrollo y una realidad suficientemente vergonzosa para todos los dirigentes políticos, empresarios, sociales y religiosos como para dedicarle suficiente tiempo de reflexión, atención y resolución”.

Antonio Aracre.

Afirma en esa línea, que “cuando se habla de estos temas, el riesgo de caer en soluciones facilistas de extrema intervención estatal que generen más perjuicios que beneficios es alto. Si fuera fácil, no sería un dilema. Resucitar la Junta Nacional de Granos no es una buena opción. No ha demostrado eficacia para promover el crecimiento de la producción.  Dejarlo librado a iniciativas de beneficencia o programas de solidaridad tampoco parece lo más aconsejable y profesional, tratándose del calibre y la sensibilidad del tema en cuestión”.

Pide más adelante “un doble clic a los números para desmitificar el impacto negativo que permita viabilizar el lado positivo y social de la ecuación. Argentina, con un diez por ciento de indigencia (siendo éste el indicador que más fácilmente se puede correlacionar con el hambre) tiene cuatro millones de personas con graves dificultades para alimentarse adecuadamente. Un tercio de esa población son niñas, niños y adolescentes, a quienes tenemos que asegurarles alimentación adecuada entre toda la cadena agro-alimenticia de manera coordinada por un Estado y una ONG creíble que monitoreen el cumplimiento de los acuerdos y la implementación efectiva”.

Describe que “Argentina produce harina, aceite, leche y carne para ciento cincuenta millones de personas y tiene un potencial para ir por 400 millones. Destinar el uno por ciento de esa producción a esa población prioritaria y vulnerable (1,5 millones de personas) no debería representar un costo prohibitivo para ningún actor de la cadena”.

“Destinar el uno por ciento de la producción (de harina, aceite, leche y carne) a esa población prioritaria y vulnerable (1,5 millones de personas) no debería representar un costo prohibitivo para ningún actor de la cadena”. 

Plantea que “el siguiente dilema inmediato es cómo articulamos un sistema confiable, transparente y eficiente para segregar los insumos y materias primas, canalizar la producción de alimentos básicos y distribuirlos a quienes merecen recibirlos sin clientelismo de ningún tipo”.

Señala que “un buen comienzo para analizar sería evaluar la creación de cooperativas en los barrios donde más evidente sea la prevalencia de esta población vulnerable para lograr cierto tipo de proceso de industrialización básico que incluya la capacitación, el empleo de familiares de esos chicos y la organización operativa de las comunidades; siempre monitoreados por un Estado presente y activo. La idea es crear células que en un comienzo y de manera rudimentaria logren ser autosustentables en la seguridad alimentaria de su población, pero que incluso en una segunda etapa de evolución puedan sofisticarse y pensar en comercializar esos excedentes como terceras marcas en autoservicios barriales”.

Agrega que “en algunos casos podrá pensarse en un proceso totalmente integrado desde la huerta/granja hasta la formulación de pastas, leche e incluso harinas y aceites. En otros casos, podrá haber cooperativas que por su locación se especialicen en la producción de materias primas y otras que se enfoquen en el proceso básico, que sea la semilla de una multiplicación virtuosa de PyMEs en el Gran Buenos Aires, que al ser gestionadas por sus propias comunidades le agreguen a la solución del tema del hambre, la dignidad del trabajo y la cultura del esfuerzo”.

Finalmente, índica que se “requerirá cierto nivel de inversión inicial y recursos que capaciten y ayuden a gestionar el arranque. ¿Pero quién no se sumaría a una iniciativa así? ¿Podremos armar una gran red entre empresarios, organizaciones sociales y voluntarios con este desafío de crear comunidades autosustentables, especialmente en el conurbano bonaerense, y así empezar a pensar en una provincia más inclusiva?

EL PLAN DE ANTONIO ARACRE.

Aracre se recibió de contador público en la UBA en 1986 con medalla de honor. En el 93’ obtuvo un MBA en la UADE, en 2003 cursó el programa de alta dirección en el IAE, al tiempo que en 2012 obtuvo un premio a la trayectoria profesional en la UBA.

Su carrera profesional comenzó en la firma Pistrelli, Díaz y Asociados. En 1986 se unió a Ciba Geigy y en 1997 ocupó el cargo de Gerente de Finanzas de la unidad Semillas en la empresa Novartis.

Más adelante, en el 2000, fue designado Gerente General de Semillas Argentina en Syngenta y cinco años después se desempeñó como Director Regional para América Latina. Desde 2011, en tanto, es Director General para Latinoamérica Sur.

El ejecutivo también es docente en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, tiene 53 años, dos hijos y su hobbie es jugar al tenis.

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