Durante años, hablar de energías renovables en el campo argentino sonaba a idealismo. Se las pensaba como una opción alternativa, una curiosidad tecnológica o una posibilidad lejana reservada a grandes jugadores. Pero en la última década, esa percepción cambió.
Ya no se trata solo de una elección ecológica. Es una decisión económica, operativa y, en muchos casos, de supervivencia. El costo de la energía convencional, la volatilidad del suministro, las restricciones logísticas y la creciente exigencia de sostenibilidad empujaron a muchos productores a buscar soluciones nuevas. Y ahí es donde las fuentes renovables dejaron de ser una opción para convertirse en parte del núcleo productivo.

Soluciones concretas para necesidades reales
Uno de los aspectos más interesantes de este cambio es que las energías limpias no llegan como una moda, sino como una respuesta. En zonas donde el acceso a la red eléctrica es limitado o inestable, instalar paneles solares no es una postura ambiental: es garantizar que una bomba funcione, que un sistema de riego se active a tiempo o que una cámara de frío no falle.
En climas ventosos, los aerogeneradores de baja escala se convirtieron en una fuente confiable para alimentar galpones o sistemas automatizados. En establecimientos ganaderos, los biodigestores permiten aprovechar los desechos orgánicos para generar energía térmica o eléctrica.

Cada solución responde a una necesidad específica. Y eso es clave para entender por qué el avance es tan heterogéneo: no hay una única receta, sino múltiples caminos que se ajustan a las realidades de cada operación.
El agua como recurso que acompaña la transición
En muchos casos, la adopción de renovables se conecta directamente con el manejo del agua. La energía solar, por ejemplo, es ideal para abastecer bombas que extraen o distribuyen agua en horarios programados. Esto permite automatizar riegos, llenar depósitos, abastecer bebederos o activar sistemas de limpieza sin depender del suministro externo ni del gasoil.
Lo mismo ocurre con la energía eólica en zonas donde las fuentes superficiales requieren impulso constante. Al integrar sistemas renovables a la gestión hídrica, se reduce el impacto ambiental y se mejora la eficiencia operativa.
Pero para que este tipo de uso funcione correctamente, es necesario incorporar almacenamiento intermedio. No siempre se puede bombear y aplicar en simultáneo. A veces se debe acumular en los momentos de generación (por ejemplo, durante el día) para ser utilizado en otros momentos.
El rol silencioso de la infraestructura de respaldo
La transición hacia energías limpias no se sostiene solo con paneles o turbinas. Requiere infraestructura complementaria: baterías, controladores, sistemas de seguridad… y, en muchos casos, depósitos.
Cuando se trata de agua, ese almacenamiento se vuelve esencial. Un sistema fotovoltaico puede alimentar una bomba durante las horas de luz, pero si no hay un tanque que reciba ese caudal, se pierde eficiencia.
En este sentido, el diseño de la infraestructura debe considerar variables como el tamaño del depósito, el uso posterior del agua, la distancia al punto de consumo y la estabilidad del terreno.
En muchos casos, una solución como un tanque de agua horizontal permite resolver el almacenamiento de manera funcional, sin complicar la operativa ni requerir grandes obras. Este tipo de estructuras se adaptan bien a zonas rurales, permiten fácil mantenimiento y se integran de forma armónica con sistemas energéticos autónomos.
Beneficios que superan lo ambiental
Uno de los motivos por los cuales las energías renovables se están consolidando en el sector agroindustrial es que sus beneficios no se limitan al plano ambiental. También mejoran la autonomía operativa, reducen costos variables y permiten planificar con mayor previsibilidad.

A beautiful view of the wind turbines on a grass covered field captured in Holland
Contar con un sistema propio de generación energética reduce la exposición a cortes, aumentos tarifarios o restricciones estacionales. También permite ampliar la capacidad instalada sin necesidad de esperar aprobaciones externas o ampliaciones de red.
Y en un contexto donde muchos mercados y organismos financieros exigen trazabilidad y compromiso con prácticas sostenibles, invertir en energías limpias también abre puertas a líneas de crédito, certificaciones o acuerdos comerciales con mejores condiciones.
Desafíos de implementación que aún persisten
A pesar de los avances, la adopción de renovables en el agro no está exenta de obstáculos. La inversión inicial, aunque cada vez más accesible, sigue siendo una barrera para muchos productores. En especial cuando se trata de tecnologías que requieren instalación profesional, mantenimiento especializado o componentes importados.
También hay desafíos de conocimiento. No todos los actores del sector están familiarizados con el dimensionamiento de sistemas, la selección de componentes o el análisis de retorno de inversión.
Por eso, una de las claves para seguir avanzando es acompañar la oferta tecnológica con asesoramiento técnico, capacitación y experiencias compartidas. La tecnología existe, pero su adopción depende de que alguien la explique, la ajuste al contexto y la sostenga en el tiempo.
Adaptar lo existente antes que reemplazar
Una idea errónea frecuente es pensar que adoptar energías limpias implica reemplazar todo lo anterior. En realidad, en la mayoría de los casos, se trata de sumar. De combinar lo ya disponible con una solución más eficiente.
Muchos sistemas funcionan en paralelo, alternando entre energía solar y red convencional. Otros utilizan la energía generada durante el día para tareas específicas y mantienen la estructura tradicional como respaldo. Esta lógica de transición permite avanzar de forma gradual, con menor riesgo y mayor adaptabilidad.
Además, este enfoque evita la resistencia inicial que muchas veces genera el cambio total. En lugar de cambiar la matriz de golpe, se propone transformarla por capas, desde lo posible y con base en resultados concretos.

Mirar al futuro desde lo que ya está en marcha
La adopción de renovables en el agro no es un proyecto futuro: es una realidad que ya empezó. Y lo que se observa es que, más allá de los casos pioneros, hay una curva de aprendizaje colectivo. Productores que comparten experiencias, técnicos que ajustan soluciones, instituciones que acompañan procesos.
El desafío no es tecnológico, sino cultural. Pasar de ver la energía como un insumo externo a verla como una parte gestionable del sistema. Entender que el agua, la electricidad y el combustible no son elementos aislados, sino piezas de una misma red productiva que puede pensarse de forma más integrada.
Y en ese cambio de mirada, hay estructuras silenciosas que hacen posible el salto: depósitos, sensores, conexiones, tableros. Infraestructura simple pero clave.
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