La emoción de recibir las llaves de una casa o departamento propio —ya sea comprado o alquilado— tiene algo de ritual inicial. Para muchas personas, representa un hito de independencia, una puerta literal y simbólica que se abre hacia una nueva etapa. Sin embargo, más allá de esa imagen romántica de empezar de cero, decorar a gusto y recibir a las primeras visitas, hay una realidad práctica que suele aparecer con menos glamour: la administración cotidiana del espacio, el gasto constante, los arreglos inesperados y el tiempo que exige hacerlo habitable.

Por eso, antes de dejarse llevar por los impulsos decorativos o por las compras compulsivas en tiendas de hogar, conviene detenerse un momento y pensar estratégicamente. ¿Qué necesitás realmente desde el primer día? ¿Qué podés resolver después? ¿Cuáles son los gastos que se repiten mes a mes y cuáles son únicos? ¿Y qué aspectos suelen pasarse por alto hasta que generan un problema?
Armar una especie de checklist es una forma efectiva de ordenar las prioridades, evitar sobresaltos y acompañar con más claridad la transición hacia ese espacio que —con suerte— empezará a sentirse como tuyo.
Los gastos que nadie te avisa y aparecen enseguida
Alquilar o comprar implica mucho más que el precio publicado. Además del contrato o la escritura, aparecen de golpe una serie de pagos que pueden desordenar cualquier presupuesto. Algunos están claros desde el inicio: el depósito, los impuestos, el agua, las expensas. Pero hay otros que se descubren cuando ya estás adentro: conexiones de servicios, instalación de electrodomésticos, arreglos mínimos pero urgentes, reemplazo de cerraduras o duplicados de llaves. Todos juntos pueden representar una cifra inesperada.
En viviendas usadas, por ejemplo, es frecuente que las luces no funcionen del todo bien, que falten estantes o que haya canillas que gotean. Y si bien no son problemas graves, obligan a actuar rápido. Algo que también suele pasarse por alto en el presupuesto mensual son los seguros de hogar. Más allá de que no sean obligatorios, contar con uno puede ayudarte a estar cubierto frente a imprevistos como robos, incendios o daños en electrodomésticos.
Contar con un fondo inicial para estos imprevistos puede ayudarte a comenzar esta etapa con más tranquilidad, sin sentir que cada pequeño gasto desarma tus finanzas personales.
Lo esencial que no puede faltar desde el primer día
La tentación de dejarse llevar por lo estético es fuerte, pero en los primeros días hay elementos más urgentes que una lámpara de diseño o una alfombra con identidad. Tener resuelto lo funcional es lo que marca la diferencia entre habitar y sobrevivir.
Un colchón cómodo, cortinas (aunque sean provisorias), vajilla básica, toallas, artículos de limpieza y elementos de cocina como una olla, una sartén y una espátula son los imprescindibles reales. Si no tenés lavarropas o heladera al principio, es mejor resolverlo pronto: son dos electrodomésticos difíciles de reemplazar con soluciones temporarias.
Un consejo útil: priorizá lo que te ayuda a descansar bien, cocinar y mantener el orden. Todo lo demás puede esperar. Y si estás por mudarte solo o sola, armá una lista antes para no caer en la trampa de llenar el espacio sin pensar en el uso real que le vas a dar.
La organización también incluye temas administrativos: dejar a mano la documentación importante (contrato, garantías, facturas), anotar fechas de vencimientos y hacer un seguimiento de lo que se instala o arregla. Eso te da control y evita malos entendidos con propietarios o servicios técnicos.

Mantenimiento: el trabajo silencioso que sostiene todo
Uno de los aprendizajes más repetidos por quienes se mudan por primera vez es que el hogar necesita cuidado constante. Nada se mantiene solo. Y lo que hoy funciona bien, mañana puede no hacerlo.
Cambiar un cuerito, limpiar los filtros del aire acondicionado, revisar el estado de los tomacorrientes o sellar las juntas del baño parecen tareas menores, pero si se descuidan, pueden derivar en reparaciones costosas o riesgos innecesarios. Incluso cuestiones como la ventilación adecuada para evitar la humedad o el uso correcto de las instalaciones eléctricas hacen una diferencia importante con el tiempo.
En esa misma línea, entender qué cubre el seguro de hogar que hayas contratado —si es que lo hiciste— puede ayudarte a saber cómo actuar ante un desperfecto, una rotura o incluso un robo. Muchas personas contratan coberturas sin leer los detalles, y se enteran tarde de que ciertos siniestros no están incluidos o requieren condiciones específicas para activarse. Hacer esa revisión de antemano es parte de conocer y cuidar tu casa.
También es útil armar un pequeño botiquín de herramientas básicas: destornillador, pinza, cinta aisladora, martillo, linterna. No hace falta ser un experto en arreglos, pero contar con esos elementos puede sacarte de más de un apuro.
Expectativas, frustraciones y adaptación real
Es común que la primera vivienda no sea como la soñaste. Tal vez no entra toda la luz que imaginabas, los vecinos son ruidosos, o el placard es más chico de lo que parece. Puede haber frustraciones silenciosas: sentir que no estás del todo cómodo, que falta algo, que no sabés cómo resolver ciertas situaciones.
Lo importante es entender que ese proceso de adaptación lleva tiempo. Habitar un nuevo espacio es también conocerlo, recorrerlo en distintas horas del día, descubrir qué te resulta cómodo y qué no. Quizás te guste cocinar, pero te das cuenta de que el enchufe está mal ubicado. O que necesitás más estantes de los que pensabas. Todo eso no se sabe hasta que se vive.

En paralelo, es posible que aparezcan emociones contradictorias: entusiasmo, ansiedad, cansancio, dudas. Son parte del cambio. Por eso, construir rutinas propias dentro del espacio —desde dónde tomar el mate hasta cómo organizar tus días— ayuda a generar una sensación de pertenencia.
Y si compartís la casa con alguien, el diálogo es aún más clave. Ponerse de acuerdo en tareas, gastos, límites y distribución del espacio puede evitar tensiones y facilitar la convivencia.
Habitar también es aprender
Vivir solo o mudarte por primera vez no es solo un cambio de dirección. Es una escuela de decisiones. Aprendés a resolver, a negociar con proveedores, a entender cuánto dura un bidón de lavandina, cuándo se vence el gas, cómo hacer rendir la comida o qué implica convivir con el silencio.
Nadie enseña estas cosas. Y por eso vale la pena compartirlas. Hablar con amigos que ya pasaron por lo mismo, buscar consejos en foros, anotar tus propios aprendizajes y construir una relación más activa con tu casa, puede hacer que la experiencia no sea solo una suma de imprevistos, sino un crecimiento sostenido.
Porque al final, más allá de las compras y los papeles, mudarse a tu primera vivienda es aprender a cuidar de vos mismo en un nuevo entorno. Y eso, por más básico que parezca, es algo que se construye día a día.
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